Las Palmas, 21 de noviembre de 2025

Leire Lizarraga Irurzun
Trabajadora Social en Ejercicio Libre de la Profesión

En la sociedad contemporánea, el divorcio ha dejado de ser un tema tabú y se percibe con mayor naturalidad. Esta normalización refleja avances importantes en derechos individuales y en la comprensión de la diversidad de relaciones humanas. Reconocer que los vínculos pueden transformarse y que cada persona tiene derecho a buscar su bienestar, incluso si eso implica poner fin a un matrimonio, es un signo de progreso cultural.

Sin embargo, la normalización del divorcio no puede convertirse en indiferencia hacia quienes lo atraviesan. Cada proceso de separación implica una compleja red de emociones, desafíos prácticos y reconfiguración de relaciones familiares y sociales. Desde la perspectiva del trabajo social, acompañar a las personas durante este proceso no es un acto opcional; es una responsabilidad ética y profesional que busca garantizar la dignidad, el bienestar emocional y la resiliencia de quienes atraviesan esta experiencia.

El divorcio como proceso emocional

Cada divorcio es un proceso de pérdida y cambio. La separación implica la disolución de un vínculo significativo, lo que genera emociones intensas como tristeza, culpa, ansiedad, ira y miedo al futuro (Amato, 2010). Estas emociones pueden manifestarse de manera intermitente y afectar la capacidad de tomar decisiones, mantener rutinas y relacionarse con otros.

La normalización social del divorcio puede generar una paradoja: aunque culturalmente aceptado, quienes lo viven pueden sentirse presionados a “superarlo rápido” o a no mostrar vulnerabilidad. Esta presión puede intensificar sentimientos de culpa o fracaso, dificultando el proceso de adaptación. La sensibilidad y la empatía en la intervención profesional son esenciales para reconocer y validar estas experiencias emocionales (Kelly & Emery, 2003).

Las estrategias de afrontamiento son variadas: algunas personas buscan apoyo en familiares y amigos, otras en grupos de contención o terapia individual. La intervención profesional puede fortalecer estas estrategias, ofreciendo un espacio seguro para la expresión emocional y facilitando herramientas que favorezcan la resiliencia.

Impacto en niños, niñas y personas adolescentes

El divorcio no solo afecta a las personas adultas, sino también a los hijos e hijas. La literatura evidencia que los niños, niñas y personas adolescentes pueden experimentar ansiedad, tristeza, sentimientos de abandono o confusión respecto a la reorganización familiar (Kelly, 2000). Su bienestar depende en gran medida de cómo las personas adultas manejan la separación y de la presencia de redes de apoyo efectivas.

El trabajo social desempeña un papel central en la mediación e intermediación familiar, ofreciendo recursos y acompañamiento tanto a los padres como a los hijos e hijas. Entre las estrategias más efectivas se incluyen:

  • Acompañamiento y asesoramiento durante el proceso de divorcio: supone un sostén y una guía especializada en la materia.
  • Terapia de grupo para hijos e hijas de padres separados: proporciona un espacio seguro para compartir emociones y experiencias.
  • Mediación/intermediación parental: facilita acuerdos respetuosos sobre crianza y visitas, reduciendo conflictos y promoviendo la estabilidad emocional de los hijos y las hijas.
  • Orientación en comunicación familiar: ayuda a madres y padres a expresar sus emociones sin trasladar ansiedad o culpa a las hijas/os.

Estos procesos contribuyen a que la normalización social del divorcio no se traduzca en indiferencia hacia la experiencia emocional de los menores, sino en cuidado y acompañamiento activo.

Impacto social y económico

Más allá de lo emocional, el divorcio puede generar consecuencias sociales y económicas significativas. La reorganización de la vivienda, la distribución de bienes, los ajustes en el empleo y la pérdida de redes de apoyo pueden aumentar la vulnerabilidad de las personas (Hepworth, Rooney & Larsen, 2017).

El trabajo social interviene para garantizar que estas necesidades sean atendidas, ofreciendo orientación y recursos para acceder a servicios legales, económicos y habitacionales. Además, durante el proceso, el asesoramiento y la guía emocional para transitarlo de forma sana supone un fuerte para nuestra profesión. La normalización del divorcio no puede implicar que la sociedad deje de atender estos desafíos prácticos; por el contrario, exige un acompañamiento integral que combine cuidado emocional y soporte material.

El rol del trabajo social en la normalización del divorcio

El acompañamiento profesional requiere un enfoque integral que combine apoyo emocional, orientación práctica y fortalecimiento de redes sociales. El/la profesional de trabajo social debe considerar:

  • La situación económica y habitacional: brindar recursos y orientación sobre vivienda, empleo y acceso a servicios.
  • Redes de apoyo familiares y comunitarias: identificar y fortalecer relaciones que puedan sostener a la persona.
  • Estado emocional y estrategias de afrontamiento: proporcionar contención, validar emociones y fomentar resiliencia.
  • Impacto en hijos e hijas y relaciones significativas: mediar y guiar la reorganización de vínculos para reducir conflictos y estrés.

Ejemplos prácticos de intervención

  • Adultos: grupos de apoyo y talleres de afrontamiento, donde las personas compartan experiencias y estrategias para la reconstrucción personal.
  • Hijos e hijas: programas de acompañamiento emocional y mediación parental que permitan expresar emociones y mantener vínculos saludables con ambos progenitores.
  • Orientación práctica: asesoramiento en cuestiones legales, económicas y de vivienda, y resolución de conflictos, reduciendo ansiedad y estrés.

Estos enfoques permiten que la normalización del divorcio sea acompañada de atención integral, evitando que se convierta en desatención social o profesional.

Sensibilidad y paciencia: elementos esenciales

Cada persona transita la separación a su propio ritmo. Algunas avanzan rápidamente hacia la reorganización de su vida; otras necesitan tiempo, sostén y contención constante. La paciencia y la escucha activa son fundamentales para evitar invalidar emociones o presionar a la persona a “superarlo rápido”.

El acompañamiento sensible implica reconocer que la experiencia del divorcio es individual, compleja y emocionalmente intensa. La normalización cultural no reduce el dolor que implica la ruptura de un vínculo profundo; por el contrario, puede intensificarlo si la persona siente que debe ocultar su sufrimiento.

Historias ilustrativas

Para comprender la importancia del acompañamiento, se pueden considerar ejemplos ficticios basados en situaciones frecuentes:

  • Caso de Ana: mujer de 35 años que atraviesa un divorcio con hijos pequeños. Aunque su entorno considera la separación “normal”, Ana experimenta ansiedad intensa y dificultad para organizar la rutina diaria. La intervención social le ofrece acompañamiento emocional y talleres de crianza, ayudándola a reconstruir confianza y seguridad en sí misma.
  • Caso de Ricardo: hombre de 50 años que enfrenta la pérdida de vivienda y estabilidad económica tras el divorcio. La atención profesional le brinda orientación legal, apoyo en la búsqueda de empleo y contención emocional, mitigando el riesgo de aislamiento o exclusión social.

Estos ejemplos muestran cómo la atención integral y sensible puede marcar la diferencia en la adaptación emocional y social de las personas.

Ética profesional y cuidado

Cuidar a quienes atraviesan un divorcio es un acto de respeto hacia la dignidad humana. Implica acompañar sin juzgar, ofrecer orientación sin imponer decisiones y garantizar acceso a recursos que faciliten la reconstrucción de la vida diaria (Payne, 2014).

El compromiso ético del trabajo social no se limita al soporte material; incluye también la creación de espacios seguros donde la persona pueda expresar emociones, procesar pérdidas y construir resiliencia. La normalización social del divorcio debe ir acompañada de atención personalizada y empatía, para que el proceso sea sostenido con humanidad y respeto.

Conclusión

La normalización del divorcio es un avance cultural que refleja mayor autonomía y aceptación de la diversidad en las relaciones humanas. Sin embargo, no puede convertirse en desatención hacia quienes lo atraviesan. Cada divorcio es único, acompañado de emociones profundas, desafíos prácticos y transformaciones en la red social y familiar.

El trabajo social desempeña un papel central al proporcionar acompañamiento emocional, orientación práctica y apoyo integral. Solo a través de un abordaje sensible, ético y humano podemos garantizar que la normalización del divorcio no se traduzca en indiferencia, sino en cuidado, respeto y fortalecimiento de la resiliencia de quienes atraviesan esta experiencia.

Porque acompañar no es un lujo: es un derecho y una necesidad.

Referencias

Amato, P. R. (2010). Research on divorce: Continuing trends and new developments. Journal of Marriage and Family, 72(3), 650–666. https://doi.org/10.1111/j.1741-3737.2010.00723.x

Hepworth, D. H., Rooney, R. H., & Larsen, J. A. (2017). Direct social work practice: Theory and skills (10th ed.). Cengage Learning.

Kelly, J. B. (2000). Children’s adjustment in conflicted marriage and divorce: A decade review of research. Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, 39(8), 963–973. https://doi.org/10.1097/00004583-200008000-00011

Kelly, J. B., & Emery, R. E. (2003). Children’s adjustment following divorce: Risk and resilience perspectives. Family Relations, 52(4), 352–362. https://doi.org/10.1111/j.1741-3729.2003.00352.x

Payne, M. (2014). Modern social work theory (4th ed.). Oxford University Press.

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