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Las Palmas, 21 de octubre de 2022

M. Ángeles Araya Perdomo
Trabajadora Social de Atención Primaria de Salud
Servicio Canario de Salud

La coloquialmente conocida hormona del amor, la oxitocina, se activa coordinadamente con otras sustancias químicas de áreas neurales relacionadas con el placer y la recompensa. Debido a nuestra naturaleza inherentemente social, nuestro sistema químico no sólo viene a favorecer la reproducción de la especie, sino a asegurar su subsistencia, fomentando el mantenimiento del vínculo entre los miembros de una misma red. Esta interacción social favorece un sistema de retroalimentación química con fuertes repercusiones sociales que inciden indiscutiblemente en nuestra salud. 

De ahí que la llamen comúnmente el pegamento social, aquel que está presente en nuestra red personal significativa, la cual quedará analizada a través de dos diagramas para abordar en consulta la calidad de dichos vínculos, la satisfacción de las necesidades y la intervención social a proponer para seguir manteniendo el flujo bidireccional de este neuropéptido.

En  1953 el bioquímico premio Nobel Vincent du Vigneaud consiguió aislar y sintetizar la hormona de la oxitocina, para facilitar las contracciones uterinas. Pero en 1992 Insel comenzó a mostrar interés por esta influyente hormona, no sólo en la reproducción, parto y conducta maternal, sino también en el comportamiento social: conductas afiliativas y prosociales. De la misma forma, hoy en día, la neurociencia social y la psiconeuroinmunoendocrinología intentan explorar aún más las reacciones químicas, físicas, psicológicas y comportamentales de esta hormona conocida coloquialmente como la hormona del amor, de la afiliación, del vínculo social, en definitiva, el pegamento social

Y es que, este péptido ha sido detectado en varias estructuras cerebrales relacionadas con el sistema motivacional o de recompensa neuronal, el sistema mesocorticolímbico de la dopamina. Convirtiéndose así, en un neurotransmisor que no actúa solo, sino en conjunción con otros neurotransmisores y hormonas (Caba M. 2003), con capacidad para moldear el comportamiento social provocando cambios en nuestras relaciones sociales, afiliativas y sexuales. (Love, T.M.2014) 

Oxitocina y las relaciones sociales

Existen multitud de artículos científicos argumentando el carácter prosocial de la oxitocina como facilitadora de las relaciones sociales. Esta hormona desencadena tres efectos diferentes:

  • Ampliación de la atención a las señales sociales (Love, T.M. 2014) y mejora de la memoria social (Campbell, A. 2010).
  • Reducción de la ansiedad y el miedo (Bartz, J.A. et al. 2011).
  • Mejora de la motivación social (Depue, R.A. & Morrone-Strupinsky, J.V. 2005), el apego y la confianza (Campbell, A. 2010).

Y, por tanto, se propician así conductas de confianza, generosidad, altruismo, empatía  (Love, T.M.2014, Bartz, J.A. et al. 2011) y cooperación, se percibe a los demás de manera confiable, atractiva, accesible, y con apego. Así como, la oxitocina facilita la conexión interpersonal (por ejemplo, a través del etnocentrismo, motivación y conciencia social/sesgo de atención, mirada fija y estilo de comunicación) (Bartz, J.A. et al. (2011).

Pero, a su vez, el efecto pegamento social depende de la relación que tengamos con esa persona, es decir, depende de si nuestro vínculo con esa persona es cercano, sano y confiable y si pertenecemos al mismo círculo. Como por ejemplo el grupo familiar, grupo de trabajo o compañeros de equipo deportivo, para que funcione el efecto del pegamento social. De hecho, en recientes investigaciones se resalta el efecto antagonista de este neuropéptido que aumenta la competitividad y agresividad hacia aquellas personas que no han sido identificadas cercanas al grupo (Love, T.M. 2014), como en la incipiente competitividad  que despiertan los encuentros deportivos entre los jugadores de los diferentes equipos. También, puede tener ese efecto antagonista, cuando una persona tiene conductas que perjudican al grupo del vínculo más cercano (Levy N, Douglas T, Kahane G, et al. 2014).

Estas cualidades de la oxitocina suscitan en la neurociencia social, un considerable entusiasmo científico, aunque sigue siendo complicado encontrar evidencias, los datos sugieren que las disfunciones del metabolismo de esta hormona podrían estar relacionados con varios trastornos psiquiátricos, caracterizados por el déficits en el funcionamiento social, como: el trastorno del espectro autista, la depresión, la esquizofrenia, la ansiedad social (Bonet, JL. 2019), el trastorno por déficit de atención/ hiperactividad (Campbell, A. 2010), el trastorno obsesivo compulsivo, bulimia y anorexia nerviosa (Heinrichs, M. et al 2003).

Además de los receptores cerebrales oxitócicos, también hay receptores de esta hormona en el útero, en los cuerpos cavernosos (pene y clítoris), en las mamas, las motoneuronas del músculo pubococcígeo (Manzo, J. 2004), en el corazón y el tubo digestivo. 

Entonces, si existen receptores periféricos, también  hay acción de la hormona en estas zonas corporales. Por ello, hablar con personas de confianza, tomar un brunch en buena compañía, dar o recibir un abrazo amistoso, bailar, pasar el día con un/a amigo/a, dar o recibir apoyo social (Heinrichs, M. et al 2003), disponer un espacio cálido y agradable (Uvnäs- Moberg, K. 1998) provocan que el cerebro libere al torrente sanguíneo, altos niveles de oxitocina, estimulando así nuestra vinculación y bienestar (Bonet, JL. 2019) como consecuencia de las múltiples y constantes interacciones entre los sistemas inmunitario, nervioso, endocrino y social. 

Los ensayos y estudios en mamíferos no humanos detectan que las relaciones y vínculos estables y armoniosos generan mayor cantidad de receptores de oxitocina. Sin embargo, en las relaciones inestables existen menos receptores oxitócicos (Feldman, R. 2012). De ahí que con una calidad de relación más alta se muestran niveles más altos de oxitocina y se predicen, significativamente, incluso un mes después (Holt- Lunstad, J. et al.  2015).

Los efectos de la oxitocina demuestran la reducción de la presión arterial, de los niveles de cortisol, y de la actividad del sistema simpático, aumenta el umbral de dolor y la actividad del sistema parasimpático. Además, disponemos de un efecto ansiolítico, inducido por la hormona del amor. A su vez, ésta estimula interacciones sociales positivas de nuevo.  Su exposición repentina y continuadamente causa efectos duraderos y clínicamente relevantes en la activación de este sistema (Uvnäs- Moberg, K.1998) que hemos aprovechado a denominar la fuerza centrípeta de la oxitocina en las relaciones sociales. Stephanie Cacioppo afirma “al igual que las fuerzas entre elementos químicos, las fuerzas que operan entre individuos son difíciles de observar directamente pero se hacen visibles a través de sus efectos en los individuos” (Cacioppo, S. & Cacioppo 2012). Pudiendo provocar una cascada neuroquímica capaz de generar pensamientos, sentimientos y comportamientos de poderoso vínculo entre las personas y efectos directos sobre su salud. Si esta fuerza centrípeta es explotada desde el  trabajo social clínico, propiciará una relación terapéutica fuerte y de confianza entre ambos (terapeuta y cliente). Además, en el resto de sus relaciones, se identifica una fuente de modelado social, donde la capacidad de aprendizaje de las personas será superior a otros contextos. 

El desarrollo social

La presencia de las interacciones sociales es una y otra vez motor de búsqueda científica para tratar y resolver problemas de salud. Además, es el primer eslabón que manifiesta nuestra poderosa e influyente unicidad e interdependencia. Aquella donde se nutren, interactúan y retroalimentan nuestras cualidades culturales, sociales, emocionales, psicológicas, fisiológicas, neurológicas, inmunológicas y endocrinológicas, dando una compleja relación entre el ser humano y su medio. Motivadas razones para que el trabajo social se sumerja en la neurociencia, aportándole a ésta una amplia visión integradora de los procesos sociales.

Después de todo, las relaciones sociales son resultado de la naturaleza filogenética del ser humano, y pueden estar poniendo de manifiesto varios paradigmas sociales, que la ciencia implementa a través de ensayos clínicos. Aún no siendo la intención de este artículo, para quien desee profundizar, estos paradigmas se comienzan a esgrimir en la bibliografía de Antonio Damasio y Stephen Porges, entre otros.

Por consiguiente, y dada la importancia de las relaciones sociales nos introduciremos, mediante dos diagramas, en las cualidades indispensables de las mismas, para que faciliten la bidireccionalidad de los neuropéptidos especificados anteriormente. Las relaciones sociales son el objeto de interés para cualquier rama del trabajo social, que persigue el equilibrio saludable de las personas, familias, grupos y sus comunidades facilitando espacios de reflexión, reconocimiento y aprendizaje mutuo entre el profesional de trabajo social clínico y la persona, acercándonos así a la maravillosa red neuronal por defecto que nos permite conectarnos con el resto. 

La persona establece vínculos sociales constituyendo una red, donde se manifiestan sus relaciones más significativas, desempeña roles y status sociales. En esta red se facilita el ajuste social de la persona y se evidencian los fenómenos sociales, ideológicos, culturales y morales. Así como, se satisfacen las necesidades básicas o primarias y se favorece el acceso a la cobertura de otras necesidades sociales. Tal como recoge Dabas  “Es un sistema abierto, que a través de un intercambio dinámico entre sus integrantes y con integrantes de otros grupos sociales, posibilita la potenciación de los recursos que poseen. Cada miembro de una familia, de un grupo o de una institución se enriquece a través de las múltiples formas de relaciones que cada uno de los otros desarrolla” (Dabas, E. y Najmanovich, D.1999), siendo el intercambio entre las partes, el  núcleo y el motor que impulsa las relaciones sociales y crea el vínculo.

La sociología plantea que las relaciones sociales son intersecciones entre varios puntos cercanos o lejanos, integrados o en conflicto que se diferencian en círculos concéntricos (Herrera, M 2000). Así, en la década de los ochenta, autores como Gottlieb, Lin, Bronfenbrenner y Weiss proponen también tres contextos concéntricos  donde se fraguan las relaciones: 

El microsistema donde se dan las relaciones más íntimas y de confianza (pareja y familia nuclear) las cuales requieren de reciprocidad, compromiso y responsabilidad mutua, y satisfacen las necesidades de subsistencia y de seguridad.

El mesosistema en el cual se generan las redes sociales habituales de familia extensa, amistades y trabajo, que necesita interacción interpersonal frecuente y satisfacen la necesidad  de vinculación, desarrollo y reconocimiento de la persona, y apoyo social.

Y por último el  macrosistema donde las relaciones sociales son participativas y comunitarias a través del compromiso ideológico, cultural y moral, donde se propicia el sentimiento de pertenencia e identidad social. Cubriendo la necesidad de autorrealizacion.

Siguiendo las premisas de dichos autores con las pinceladas de Sluzki, C. (Sluzki, C. E. 2010) en “Las relaciones que un individuo percibe como significativas” podremos vislumbrar nuestra red personal significativa y nuestras necesidades, cumplimentando la siguiente representación de su teoría.

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Tabla1.- Elaboración propia basado en Sluzki,C.(2010)

En primer lugar, advertir que la figura en forma de corazón en el epicentro del diagrama de los sistemas de relaciones no es aleatoria; pues a través de nuestra marca genética, el vínculo de apego con nuestros cuidadores, la personalidad, la interacción con el ambiente, se fragua nuestra primera relación, la que tenemos con nosotros/as mismos/as. Ésta condicionará el nexo, acceso, disposición y concentración de los demás sistemas relacionales, favoreciendo el repertorio de los vínculos interpersonales y emocionales a lo largo de nuestra vida (Martino, P. 2014). Por ello, el corazón en el epicentro ha sido introducido por la autora para que sea valorada también esta trascendental relación contigo mismo/a.

Este diagrama puede ser utilizado en consulta o de forma autónoma por el cliente. Siendo la primera la más provechosa para generar, desde una visión propia (la del cliente), su red significativa, autorellenando los tres círculos (interior, intermedio y externo) en cada una de sus vertientes/ambientes (familiar, relaciones de amistad, relaciones laborales y relaciones comunitarias) de nombres propios de personas significativas en su vida. Y aunque pudiera parecer la génesis entre un genograma y un sociograma, queda bastante lejos de esta realidad, pues potencia la activación neuronal de la llamada red por defecto, que ofrece al cliente un contexto de reflexión y conexión con los demás.

Sin embargo, en las entrevistas clínicas basadas en el genograma, sociograma o similar, podemos impregnar nuestra relación terapéutica de la desagradable evocación de recuerdos biográficos, relacionales y emocionales engendrados en el dolor, conflicto, maltrato, ruptura, duelo, venganza, etc. Que se suele generar durante la descripción de relaciones rotas, tóxicas o de maltrato provocando una sobreactivación neuroquímica, al poner en jaque una vez más la circuitería neuronal del dolor social y de la supervivencia.   Reactivando la amígdala cerebral,  el eje hipotálamo hipofisario adrenal (HPA) y respuestas inflamatorias inapropiadas, un dispositivo neuronal de emergencia que suele estar normalmente sobreactivado en el cliente, ya que ha alertado al mismo/a en innumerables ocasiones anteriores, de que sus relaciones sociales han sido dañadas. Por lo que, la entrevista profesional basada en el rastreo sistemático de las relaciones para elaborar la historia social puede dar lugar a un nefasto efecto sobrevenido y de daño colateral. Ya que, esta señal primitiva está enraizada a la supervivencia del individuo y relacionada con  su  aprendizaje, memoria, emociones, funciones ejecutivas (planificación, ejecución, evaluación), autoconsciencia, toma de decisiones y empatía, entre otras (Araya, M.A. 2021)

Por lo que, se recomienda realizar otras intervenciones clínicas menos preceptivas  invasivas y lesivas para el cliente, como la exploración natural de su red más significativa, en la que se apoyará un trabajo social clínico desde las fortalezas y oportunidades del cliente.

Bibliografía 

  • Araya, M.A. (2021) “ La simbiosis perfecta: neurociencia y trabajo social”. Revista Trabajo Social Hoy, No 94. Colegio Oficial de Trabajo Social de Madrid.
  • Bartz, J.A. et al. (2011) “ Social effects of oxytocin in humans: context and person matter“ Trends in Cognitive Sciences, Vol. 15, No. 7. Elservier, DOI:10.1016/j.tics.2011.05.002.
  • Bonet, JL. ( 2019)”Cerebro, emociones y estrés. Las respuestas de la psiconeuroinmunoendocrinología”. Ediciones B Argentina SA
  •  Caba M. (2003) “ Oxitocina: la hormona del amor materno”. La ciencia y el hombre revista de divulgación científica y tecnológica de la Universidad Veracruzana voz XVI n 1. 
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  • Dabas, E. y Najmanovich, D. (1999). Redes el lenguaje de los vínculos. Hacia la reconstrucción y el fortalecimiento de la sociedad civil. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
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  • Herrera, M (2000) “ Relación social como categoría de las ciencias sociales”. Reis. Revista Española de Investigaciones Sociológicas. núm. 90, pp. 37-77. Ed Centro de Investigaciones Sociológicas.
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  • Love, T.M. (2014) “Oxytocin, Motivation and the Role of Dopamine”.Pharmacol Biochem Behav. 2014 April ; 0: 49–60, NIH Public Access. DOI:10.1016/j.pbb.2013.06.011.
  • Manzo, J. ( 2004)“ Testosterona, química cerebral y conducta sexual masculina”. Comunicación libre. Revista Ciencia de la Academia Mexicana de Ciencias. México.
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Málaga, 19 de julio de 2022

Gabriela Orrego Sánchez
Trabajadora Social- estudiante del máster universitario de Igualdad y Género. Universidad de Málaga.

Laura Domínguez de la Rosa
Profesora contratada doctora. Departamento de psicología social, trabajo social y servicios sociales y antropología social.
Universidad de Málaga

Las redes sociales online constituyen una parte fundamental de nuestra cotidianidad. Desde que las tenemos al alcance de nuestros teléfonos móviles se han hecho indispensables para el correcto desarrollo de las interacciones sociales. A través de estas, no sólo tenemos la posibilidad de mantener una conexión continua con nuestros contactos, sino que también podemos diseñar nuestra propia plataforma de autorrepresentación en la que exponemos al público nuestra identidad en función de lo que deseamos o no deseamos mostrar (Renau et al., 2012).

Tal es su importancia en nuestro día a día, que la falta de participación en las mismas te excluye de algunas circunstancias y situaciones que inevitablemente requieren de su uso, y ante nuestro natural instinto de pertenencia social, la tendencia a la cibernavegación se incrementa a niveles impensables. De acuerdo con Flores y Browne (2017), el tiempo dedicado a la navegación y la creación de nuevos perfiles va en aumento continuo, puesto que se calcula que un 75% de los y las cibernautas menores de veinticinco años disponen de una cuenta en alguna red social. Además, los autores enfatizan en la importancia que la juventud le otorga a dichas plataformas, al considerarlas esenciales para el mantenimiento de una vida social satisfactoria.

Si bien son innegables las facilidades que ofrecen y los múltiples beneficios que suponen, es indiscutible que la dinámica bajo la cual operan no es del todo tan buena, pues a estas alturas ya son bien conocidos algunos de los inconvenientes más frecuentes que apelan principalmente a la población más joven. Adicciones, problemas de privacidad, uso de la información personal, discursos de odio, discriminación, ciberacoso, entre muchos otros problemas se han convertido en el pan de cada día, y haciendo un análisis desde la perspectiva de género, fácilmente podemos localizar infinidad de desigualdades y violencias que impactan a las mujeres a niveles claramente destacables.  

Para identificar el origen de dichas desigualdades en un entorno a primera vista inofensivo es necesario remitirnos a los años setenta, época en la que el sociólogo Pierre Bourdieu acuña el término “violencia simbólica” para referirse a un tipo específico de dominación social en el que las personas sujetos oprimidas no son conscientes de la violencia ejercida. La realidad es que este tipo de violencia es difícil de identificar debido a que opera, como su propio nombre lo indica, en un campo simbólico que no requiere de expresiones físicas, pues se basa en la imposición de significaciones supuestamente inofensivas e incluso necesarias para la supervivencia que actúan como medio de comunicación y entendimiento del mundo social (Bourdieu, 2002).

Pero ¿Qué tiene que ver esto con las redes sociales? Pues bien, más de lo que nos imaginamos. Si analizamos la creciente popularidad de la autorrepresentación virtual, sumada a la sobreexposición de imágenes, la mercantilización corporal y la imitación de determinados referentes estéticos, nos daremos cuenta de que esto ha pasado a convertirse en una dinámica naturalizada de expresiones egocéntricas y neonarcicistas que generan graves consecuencias (Finol y Hernández, 2015).

Más allá de un inofensivo juego exhibicionista, estos patrones de comportamiento virtual esconden interacciones asimétricas plagadas de estereotipos de género en el que se aprecian claras diferencias en el tipo de representación que se le otorga a hombres y mujeres, pues, mientras los chicos publican fotografías que transmiten fuerza (focalizando la musculatura), las chicas publican imágenes que realzan la belleza y la feminidad (labios, piernas, escote, etc.) (Flores y Browne, 2017). Tal y como opera la violencia simbólica, estas manifestaciones parten de concepciones altamente diferenciadas entre sexos, estableciendo líneas fronterizas que determinan las significaciones de la feminidad y la masculinidad (significaciones usualmente limitantes y excluyentes).  

El papel de la imagen en la reproducción de estereotipos es en definitiva de las más influyentes, ejemplos de ello podemos encontrarlo en aplicaciones o apps de citas, como Tinder. Según explica la periodista Beatriz Serrano (2019), este tipo de redes en repetidas ocasiones han antepuesto sus intereses comerciales por encima de la integridad de sus personas usuarias, exponiendo a las mismas a un juego de mercantilización estética. A diferencia de las compañías competidoras como OkCupid o Meetic, Tinder premia la imagen sobre el discurso, imágenes estereotipadas cuyo éxito en la búsqueda del amor dependerá del cumplimiento de los normotipos corporales. ¡!Ojo a este último dato! porque ya no sólo estamos hablando de dinámicas ejercidas por las propias usuarias y los propios usuarios, sino de manipulaciones algorítmicas discriminatorias que pueden ser controladas por las mismas compañías.

El siguiente planteamiento ante estos hechos podría ser: ¿Cómo se traduce esto en violencia? Y la respuesta está en las consecuencias que se generan. De acuerdo a las investigaciones de Cohen et al. (2017) la cantidad de tiempo que la juventud destinan a la visualización de imágenes consideradas atractivas se relaciona de manera directa con la insatisfacción corporal, siendo las plataformas enfocadas en la fotografía, aquellas que más promueven la internalización de los ideales de delgadez. El problema se agrava cuando analizamos la relación de estas dinámicas con determinados trastornos de la conducta. Tabares (2020) confirma el gran riesgo que suponen tanto en la aparición como en el agravamiento de los TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria), haciendo énfasis en la bulimia y la anorexia.

Ahora bien, los TCA no son los únicos problemas que retoman protagonismo, puesto que incluso están apareciendo nuevos tipos de Trastornos como consecuencia directa de la sobreexposición de imágenes y la autocontemplación corporal. “Dismorfia de Snapchat” es el nombre otorgado al trastorno dismórfico que genera en las personas usuarias una obsesión por modificar su apariencia según la imagen perfeccionada que visualizan de sí mismos a través de los filtros. Sarabia (2018), sostiene que este es experimentado por alrededor de un 2% de la población y se agrupa dentro del Espectro Obsesivo Compulsivo. Como era de esperarse, esto ha provocado un aumento de pacientes en las clínicas estéticas estadounidenses.

Vemos pues, como aquello que comienza como un patrón simbólico en el que los y las sujetos supuestamente de manera libre e independiente expresan su identidad y muestran al mundo la mejor versión de sí mismos ajustando a su gusto la pose, el filtro y el encuadre (Murolo,2015), trasciende posteriormente a consecuencias en la salud física y mental. Es justo de esta manera como trabaja la violencia simbólica, cuya aparente normalidad constituye su arma más letal, convirtiendo en cómplices a las propias personas oprimidas, todo ello a través de un proceso sincrónico de desconocimiento y reconocimiento que legitima la desigualdad (Fernández, 2005).

 Es de vital importancia recalcar que son las mujeres las que se ven mayormente afectadas ante esta situación. Peris et al., (2016) señalan que la histórica presión sociocultural bajo la cual han estado sujetas las convierte en un perfil de riesgo emocional muy diferente al de los hombres. De hecho, el propio Pierre Bourdieu decidió extender el concepto de violencia simbólica hacia la dominación masculina, al considerar que las asimetrías en la jerarquización designadas a los sexos permitían comprender con claridad la economía de los intercambios simbólicos (Bourdieu, 2000). En efecto, son las mujeres las que mayormente han soportado el peso de la normatividad estética, en un intento por definir su “feminidad” bajo restrictivos cánones sociales.

Desafortunadamente, dichos patrones de violencia hacia las mujeres no se ven reproducidos únicamente en la imagen sino también en el discurso. Basta con navegar por plataformas como Reddit, Forocoches, Varones Unidos o mgtow.com para encontrarse con infinidad de debates degradantes y sexualizados hacia estas. Philips (2019) manifiesta que el ataque hacia el movimiento feminista se hace aún más evidente, pues son habituales los insultos, las burlas y hasta las amenazas de muerte o violación. Pero no es necesario adentrarse en estos foros no tan conocidos para descubrir que el discurso en las redes sociales no va precisamente a favor de las mujeres, si nos trasladamos a Instagram, una de las redes más populares del momento, también encontraremos disparidades.

De acuerdo a una investigación publicada por la universidad de Columbia en el año 2018, los hombres tienen 1,2 veces más probabilidades de percibir mensajes y comentarios positivos en sus fotografías, además, las publicaciones de las mujeres reciben cada vez menos representación pese a constituir la mayoría de la muestra. Según afirman los investigadores, los algoritmos absorben patrones repetitivos y los reproducen a gran escala, contribuyendo así a la invisibilización de la participación femenina (Stoica et al., 2018). No bastando con esto, si redirigimos la mirada a Facebook, otra de las redes sociales más populares, nos toparemos con algunos registros de demandas impuestas por discriminación, tal y como ocurrió en el año 2019 al descubrirse que algunos de sus anuncios publicitarios, en relación a servicios financieros e inmobiliarios, se publicaban con menos frecuencia a las personas usuarias de bajo interés mercantil, para lo cual se tenía en cuenta la raza, la nacionalidad y, como era de esperarse, el género, traduciéndose esto en menores oportunidades de crecimiento financiero para las mujeres (Pinto, 2019).

Una mirada desde el Trabajo Social

Habiendo analizado todo lo anterior nos queda preguntarnos ¿Qué papel cumple el Trabajo Social en toda esta problemática? La realidad es que aún queda bastante camino por recorrer para dar respuesta a dicha cuestión, no obstante, atendiendo a la promoción de la igualdad y la justicia social como principios fundamentales de la profesión, nuestra implicación se hace ineludible, ya que además de constituir una problemática de índole social, del nivel de comprensión de esta dependerá la efectividad del accionar profesional.

Algunas de las redes sociales mencionadas con anterioridad conforman espacios dinámicos, de fácil accesibilidad y gran capacidad de adaptación al cambio que representan una gran oportunidad en el marco de la intervención. Además, la propia naturaleza bajo la cual operan actúa en gran parte a nuestro favor, ya que su alta capacidad de difusión facilita la puesta en marcha de acciones de mayor alcance que refuercen algunos de los pilares básicos de la disciplina como la ampliación de redes apoyo y el fortalecimiento de las interacciones sociales.

Tal y como se ha venido señalando, es indispensable tener en cuenta que nos enfrentamos a un medio que en sí mismo constituye un espacio de riesgo ante la reproducción de estereotipos y formas de discriminación, sin embargo, las intervenciones que se planteen no deben estar dirigidas a la demonización de estos medios, sino a la concienciación respecto a las oportunidades que ofrecen. Se trata simplemente de aprender a sacar provecho de estas plataformas de la forma correcta y enseñarle a la comunidad a utilizarlas de manera consciente, responsable y bajo una perspectiva de género.  Cabe resaltar que sólo adentrándonos en el mundo de las redes sociales desde el punto de vista de las personas usuarias que la utilizan, podremos construir planes de acción verdaderamente atractivos para la comunidad más joven.

Ante la polivalencia que caracteriza a la profesión, la aparición de nuevos tipos de violencia a raíz de las dinámicas virtuales no constituirá un impedimento en nuestro desarrollo, ahora bien, la improvisación no es la solución, por lo que ello no nos exime de hacer frente a los cambios sociales mediante el replanteamiento continuo de nuestro de accionar. Ahora más que nunca se hace necesaria una revisión profunda de nuestras metodologías clásicas y su efectividad en las problemáticas sociales emergentes. Como bien afirmaba Arriazu (2007) la inmersión en nuevos terrenos de investigación inevitablemente implicará épocas de incertidumbre e inseguridad profesional, sin embargo, teniendo en cuenta el terreno en el que se pretende ahondar, nuestra motivación debe basarse en las infinitas posibilidades ya señaladas.

BIBLIOGRAFÍA

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