Huelva, 28 de julio de 2022

María Antonio Cortés
Trabajadora Social

La maternidad ha sido una cuestión ignorada por parte de la investigación, de hecho, hasta finales del siglo XX no se publican las primeras evidencias empíricas. Desde la antigüedad la maternidad se ubica en el centro de las relaciones de poder del sistema patriarcal y ha estado vinculada a la reproducción sexual biológica. No obstante, la idea de maternidad y familia ha experimentado un profundo cambio debido a la promoción de igualdad entre hombre y mujeres, la incorporación de la mujer en todas las esferas de la vida, la independencia económica, los cambios legislativos, la planificación familiar, la falta de compromiso y la inestabilidad de las relaciones de pareja, entre otros motivos, han llevado a que la mujer se plantee la maternidad en solitario de manera voluntaria y planificada.

A pesar del creciente porcentaje de mujeres que deciden un proyecto maternal en solitario, los mandatos patriarcales se encuentran muy arraigados en nuestra cultura impuestos para castigar a cualquier mujer que no desee una relación biparental, ya sea a través del matrimonio o de una pareja amorosa, y vivir la maternidad como experiencia única sin la presencia de la figura paterna. Para alcanzar esta opción familiar recurren a las técnicas de reproducción asistida y los procesos de adopción, tanto nacional como internacional. Cuando se hace referencia a la monoparentalidad no sólo se alude a la familia va mucho más allá, es hablar de mujer, de maternidad y de cómo sus derechos las deriva a una posición de subordinación.

Durante el siglo XIX, la pensadora feminista Adrienne Rich rastrea en su obra “Nacemos de mujer. La presencia de la maternidad como institución a lo largo de la historia”, asentada como un pilar fundamental del mundo tal y como lo conocemos, junto a la heterosexualidad obligatoria, para describir cómo se sustrajo el conocimiento y el poder de las personas con capacidad reproductora; cómo se mediatizó la relación con el embarazo y el parto, expropiando saberes, y cómo se construyó la noción de madre en el seno de la familia nuclear pero que no cuenta con ellas. Por otra parte, alude al término de ‘matrofobia’ para considerar la escisión femenina del yo, el deseo de expiar de una vez por todas la esclavitud de nuestras madres, y convertirnos en individuos libres” (Rich, 1996, 310).

Con respecto a la maternidad en solitario, el sistema va a castigar a estas mujeres por negar implícitamente que puedan tener una familia al margen de otro progenitor. Las mujeres solas con hijos a cargo siempre han sido mal vistas, influyendo el nivel socioeconómico en la percepción de la sociedad ante las mujeres solteras por el motivo que sea. La ausencia del padre significa que va a haber un estigma, sin un padre los y las menores podrían tener algún trauma. Sin embargo, estamos en este punto a causa de la violencia institucional que sufrieron muchas mujeres y que abrieron este camino por el hecho de querer ser madres en solitario. Cabe destacar que la maternidad implica unos deberes y cuidados que casi siempre son ejercidos por las mujeres en solitario, aunque tenga una pareja y, a pesar de ello, esta institución se ha encargado de invisibilizar y culpar a estas mujeres que escapan del mandato social. Por tanto, decidir iniciar la maternidad en solitario ha sido una de las mayores transgresiones por parte de las mujeres (FAMS, 2020).

En líneas generales, no es posible hablar de monoparentalidad sin adoptar una perspectiva feminista que permita analizar y estudiar sus dificultades y problemáticas desde la subordinación histórica de las mujeres. Por lo tanto, es necesario integrar en la reflexión y en el diagnóstico cómo influye la lógica del sistema patriarcal en las mujeres que crían solas a sus hijos e hijas sin la presencia de un hombre y en el ejercicio de los derechos sexuales y los derechos reproductivos de las mujeres. Las consecuencias de esta visión hegemónica de legislar a favor de un determinado modelo de familia biparental conllevan invisibilizar la diversidad familiar y, por ende, negar la libertad de la mujer a elegir si desea formar o no una familia y cómo debe ser esta para ser moralmente “aceptable” (Assiego et al., 2019).

El concepto que se utiliza en la actualidad para referirse a este tipo de sistemas familiares es relativamente joven, pues no fue hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX cuando se dieron las condiciones sociales y estructurales necesarias para su aparición en determinados países como Estados Unidos e Inglaterra, así como la manera en la que afectaron a las propias familias monoparentales (Avilés, 2013). Tras la Segunda Guerra Mundial se produce un profundo cambio de valores que favorece la autorrealización de los individuos provocando una evolución hacia otras formas de convivencia, lo que lleva a las mujeres a poder planificar la familia que desean e incluso a desvincularla de un proyecto en pareja (Assiego et al., 2019). 

Lo que caracteriza a las familias monoparentales, en concreto las madres solas por elección, es ser fruto de una opción voluntaria y libremente elegida, y ello las diferenciaría de las madres solteras en el sentido tradicional, mujeres que han tenido hijos e hijas como resultado de relaciones prematrimoniales de los y las que luego el padre se ha desentendido. Solé y Parella hablan de la gineparentalidad de las madres solteras voluntarias, cuya maternidad se insertaría en un conjunto de estrategias vitales que pasarían por la realización personal sin el recurso a la pareja estable y, por tanto, formando parte de un paradigma de parentesco postradicional o posmoderno (citado en Jociles et al., 2008).

Las mujeres que deciden ser madres sin pareja cuentan, principalmente, con dos vías para llevar a cabo su tarea: la adopción y las técnicas de reproducción asistida (Díez, 2015). Estos distintos procesos de acceso a la maternidad entrañan experiencias vitales muy diferentes en lo que se refiere a la cercanía/lejanía de los lugares en que dichos procesos tienen lugar, al tipo de entidades con las que deben ponerse en contacto durante los mismos, a las relaciones que las mujeres mantienen con los y las expertos/as o profesionales de estas entidades, a los sentimientos que embargan a las mujeres en el tiempo de espera, etc. Estas experiencias resultan cruciales para entender ciertas características que estas mujeres presentan y, particularmente, la distinta actitud que adoptan ante la necesidad y/o posibilidad de cambio y, sobre todo, de transformar el trato diferencial de que son objeto con relación a otros modelos familiares (Jociles y Rivas, 2009).

Actualmente no resulta una tarea sencilla poder determinar cuántas de las familias monoparentales están encabezadas por una madre sola por elección debido a la ausencia de perspectiva de género en el abordaje de censos y datos estadísticos sobre familias y hogares. En tal sentido, requieren una profunda revisión metodológica con el fin de captar mejor la diversidad en la composición de los hogares y ofrecer datos fiables a nivel individual (ONU Mujeres, 2019). Es cierto que existe una gran variedad de causas o vías de entrada, permanencia y salida de las situaciones de monoparentalidad que no son captadas a partir del estado civil, una categoría que en definitiva solo caracteriza una situación formal-legalista de los progenitores monoparentales. De este modo, tendrían que incluirse los perfiles, las trayectorias, los análisis de las dinámicas de los grupos monoparentales y en cualquier caso la realidad de estas familias (Almeda y Di Nella, 2011).

Entre los principales cambios demográficos en el contexto español y que afectan a lo que se conoce como familias monoparentales-monomarentales, pueden señalarse, entre otros, el menor número de matrimonios, el incremento de la convivencia, el aumento de las tasas de separación y divorcio o el incremento de hogares unipersonales (CEET, 2012). De este modo, se comenta la transformación socio-demográfica más destacada en la dinámica de formación de la familia o sea la maternidad en solitario, que está experimentando un importante aumento en su visibilidad estadística y social, enmarcadas en las familias monoparentales.

Por otra parte, es necesario recalcar que el Derecho europeo no dispone de una normativa expresa sobre la autonomía reproductiva de las mujeres. No obstante, los atentados contra esta se han canalizado a través del derecho a la vida privada de manera que a través de la protección de este derecho se ha dado una protección indirecta de aquella. Atendiendo a esta consideración, no existe ningún documento vinculante que comprenda la visibilidad, reconocimiento y protección de la autonomía reproductiva a nivel europeo, lo que constituye una muestra del sesgo androcéntrico, y sólo recientemente están siendo incorporadas al discurso jurisprudencial. En lo referente a los derechos específicos de las mujeres en el ámbito de la reproducción, se parte de una óptica igualitarista en la que hombres y mujeres deben tener el derecho intangible de adoptar decisiones sobre las cuestiones sexuales y reproductivas en condiciones de igualdad. Por tanto, no se estarían tomando en cuenta las dificultades que tienen las mujeres a la hora de adoptar sus decisiones reproductivas de forma libre. Tampoco se precisa si el derecho a la salud sexual y reproductiva abarca el derecho a beneficiarse de las técnicas de reproducción asistida (González, 2015).

A modo de conclusión, la institución de la maternidad sigue influyendo negativamente en la decisión deliberada del proyecto maternal en solitario ante la presencia de normas heteropatriarcales y los roles sociales asignados a hombres y mujeres, provocando la minusvaloración de las familias monoparentales por elección. Así pues, las mujeres que encabezan esos modelos familiares siguen sufriendo estigmatizaciones e invisibilidad, dado que excluyen la figura paterna y la reproducción sexual patriarcal en la panificación de su maternidad, quebrantando los códigos de la familia nuclear a través de las técnicas de reproducción asistida o la adopción.

El movimiento feminista ha sido crucial en la transgresión de las familias monoparentales: por una parte, vincula la reproducción biológica y social como el sustento del sistema patriarcal que arrebata la autonomía de las mujeres y oculta sus condiciones de desigualdad y dominación masculina. Y, por otra parte, reivindica la lucha por los derechos de las mujeres, logrando su independencia y su participación en la sociedad y su capacidad para criar en solitario a sus hijos e hijas, sin depender del “cabeza de familia”, que históricamente representaba legalmente a las mujeres y tomaba las decisiones sobre los y las menores. Los aportes feministas también han sido necesarios para generar cambios sociales y políticos hacia la igualdad de mujeres y hombres, así como para replantear nuevas formas de atender los problemas sociales, éticos y legales que surgen con el cambio del paradigma reproductivo, ya que antiguamente la maternidad estaba ligada fundamentalmente a la biología.

BIBLIOGRAFÍA

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Avilés Hernández. (2013). Origen del concepto de monoparentalidad: un ejercicio de contextualización sociohistórica. Papers: Barcelona, 98(2), 263-285. Recuperado de https://papers.uab.cat/article/view/v98-n2-aviles.

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