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Málaga, 20 de octubre de 2021

María de las Olas Palma García
Profesora Titular de Trabajo Social y Servicios Sociales. Universidad de Málaga.
Doctora, Trabajadora Social.

Escribir sobre el Trabajo Social es siempre una oportunidad. Es caminar en un proyecto colectivo, transformador y resiliente. Una oportunidad que recibo con este encargo de compartir con todas vosotras mis reflexiones en torno a cómo situarnos desde nuestra profesión ante las situaciones de crisis, es decir, ante nuestro día a día.

El Trabajo Social convive con las crisis desde sus orígenes. De hecho, es y surge como instrumento para su prevención, atención y evaluación, esperando de sus conocimientos y competencias profesionales las respuestas que cada contexto de crisis requiere. Sin entrar en una disertación profunda sobre qué entendemos por crisis -quizás para otra reflexión- sí que os propongo que entremos a fondo en cómo nos posicionamos ante ellas. En todo caso, partamos de las tesis de Koselleck(1) respeto a considerar “crisis” la forma de experimentar la diferencia entre lo previsto y lo realizado, entre lo que se espera que ocurra y lo que finalmente sucede. Hablamos de contextos, procesos y situaciones en los que las personas, familias, grupos y comunidades experimentan la inseguridad, el riesgo o las desventajas que supone no encontrarse en el marco previsto de bienestar. En ocasiones limitamos la idea de crisis a situaciones extremas. Lo tenemos claro cuando hablamos de pandemia, de catástrofes naturales, de causas sobrevenidas, etc. Sin embargo desde el Trabajo Social también hemos de reconocer las crisis en la cotidianeidad de experiencias de malestar social que genera la desigualdad. Con esta idea, que delimita el escenario de lo que hemos de considerar crisis, os proponía no pararnos ahora en su desarrollo, y entrar directamente en el compromiso que ante el mismo debemos asumir. Un escenario de gran alcance y responsabilidad con el que el Trabajo Social ha de estar siempre conviviendo: anticipándonos a las crisis y, una vez surgidas, acompañándolas para que desaparezcan.

¿Cómo nos posicionamos ante las crisis?

Cada vez de manera más habitual escuchamos que somos resilientes. En los discursos, en las canciones, entre nuestras conversaciones e incluso entre las de los gestores y responsables de las políticas públicas. De hecho, nos encontramos inmersos en un plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del gobierno con el que se nos transmite que “España Puede”. La resiliencia se ha acomodado entre nosotros como la gran “virtud” a la que todas las personas aspiramos, por la cual las situaciones de crisis y dificultades parecen menores, ya que somos capaces de afrontarlas. Es cierto que todos podemos llegar a adaptarnos a las adversidades, a las que ya están y a las futuras, pero precisamente por ello hemos de estar alertas a los riesgos y contraindicaciones de esta virtud de adaptación. Porque las contraindicaciones en intervención social existen, aquello que no solo no produce efectos positivos, sino que además puede empeorar la situación de malestar sobre la que hemos de actuar: manteniéndola, cronificándola o naturalizándola. Recientemente he tenido la suerte de escuchar en palabras de Natividad de la Red esta misma reflexión, “cuidado con las contraindicaciones de nuestra actuación profesional”(2), lo cual nos lleva de nuevo a resituar la posición que tomamos ante las crisis. Bajo este compromiso y desde mi pequeña aportación al estudio de la Resiliencia, en el que llevo años investigando y explorando las oportunidades que este nuevo paradigma ofrece para el desarrollo de la justicia y bienestar social, y de manera muy directa para la intervención desde el Trabajo Social, quisiera introducir en el debate actual del “ser resilientes” algunas claves para ser consideradas. 

Resiliar, mucho más que resistir

Resiliar es la propuesta de mi amiga Anna Forés(3) para las complejas e inciertas situaciones en las que nos encontramos, para el escenario constante de crisis en el que nos movemos, donde las trabajadoras y trabajadores sociales estamos en primera línea. En este caso, usar el infinitivo Resiliar -aun cuando como tal no esté recogido en la RAE- no es solo para conocer lo que es, sino sobre todo para poner la Resiliencia en acción. 

El origen del término Resiliencia deriva etimológicamente del latín, de la palabra resilere, que significa saltar hacia arriba, volver a entrar saltando, rebotar, apartarse o desviarse; y del anglicismo resilence o resilency, utilizado para referirse a la resistencia de los cuerpos a los choques, a recuperarse, ajustarse. Con este término, la física ha descrito la propiedad de elasticidad que presenta la materia, encontrando elementos que resisten y se adecuan a condiciones extremas de temperaturas, rupturas, etc. La materia es resiliente, resiste y se vuelve a recomponer tras efectos extraordinariamente adversos, pero al trasladar este fenómeno físico a las personas, no hemos de olvidar que más allá de ser materia, las personas tenemos emociones y somos inteligentes. En las relaciones humanas, el paradigma de la Resiliencia no se limita a la dureza o elasticidad que muestran las personas para resistir de manera exitosa ante las dificultades. Esta es, precisamente, la “virtud” de adaptación ante la que tenemos que estar alertas, la que nos hace resistir. Sin embargo, Resiliar es mucho más, es activar y poner en acción la capacidad de anticiparnos y, sobre todo, de transformación que todas las personas podemos ejercer sobre dichas dificultades y especialmente sobre sus causas.

En el día a día del Trabajo Social, como profesionales presentes en las múltiples disfunciones que se producen entre lo previsto y lo realizado, entre lo que se espera y lo que se alcanza, en definitiva, presentes en las situaciones de crisis que viven las personas, somos testigos de la rapidez en ser capaces de resistir y, no tanto, de resiliar. Familias, barrios enteros, colectivos sociales permanecen durante años resistiendo en contextos de riesgo, desventaja o precariedad sin que sus experiencias vitales avancen hacia las mejoras que se proyectan. Es cierto que en estos contextos se producen respuestas extraordinarias de quienes consiguen alcanzar dichas mejoras – algún joven que en zonas desfavorecidas como los Asperones(4) llega a la universidad o familias cuidadoras de personas dependientes que no claudican a pesar del abandono institucional-, pero no dejan de ser ejemplos aislados de pura resiliencia de los que no tendríamos que abusar. Porque resiliar no es sólo resistir, es sumar el valor añadido de la inteligencia y la emoción humana frente a la dureza de la materia. 

Resiliencia, o es transformadora o no lo es

Siguiendo las palabras de un gran referente y amigo, Stefan Vanistendael(5), con frecuencia la resiliencia se confunde con la fuerza, creyéndose que si las personas son resilientes no es necesaria la protección social. Pensar solo en términos de fuerza, de adaptación, nos puede hacer creer que la resiliencia hace a las personas invulnerables, y nadie lo es. También nos puede hacer creer que la protección social es ajena a la solución de las adversidades, delegando en las personas resilientes la capacidad de adaptarse a ellas con éxito

Todos tenemos experiencias de cómo las situaciones hostiles y complejas a las que nos enfrentamos nos hacen fuertes. A nivel personal, familiar, como organizaciones y comunidades aprendemos a afrontar dichas experiencias, teniendo la oportunidad de mostrar y fortalecer lo mejor de cada una, aun cuando ni siquiera sabíamos que lo teníamos. Expresiones cotidianas como “no pensé que sería capaz de hacer tal cosa, o al final pude resolver tal otra” son ejemplos claros de nuestra resiliencia. Pero incluso con estas experiencias, si solo nos quedamos en ello, en aprender de nuestras capacidades de adaptación, la diferencia cualitativa de la persona con la materia, no se produce. Ser resiliente es favorecer los cambios que nos lleven al bienestar, en nosotros mismos y desde la justicia social, en todos los demás. Para diferenciarnos de la materia, nuestra inteligencia y emoción nos ha de llevar a la demanda constante de políticas públicas eficientes y efectivas que eviten las situaciones adversas y garanticen el bienestar de todas las personas.

Desde el punto de vista profesional, como trabajadoras y trabajadores sociales, asumimos la responsabilidad de posicionarnos con esta mirada ante las crisis. Aunque las personas seamos fuertes y nos los recuerden constantemente, la resiliencia sólo se alcanza al transformar las causas y estructuras que provocan las adversidades que afrontamos. Que, en la mayoría de las ocasiones no son consecuencia de desastres sobrevenidos, sino de la falta de cobertura, evaluación y disfunciones de las políticas públicas. Son, por tanto, adversidades evitables de las que una vez vividas tenemos que aprender, pero ante las que no nos podemos adaptar. No olvidemos que el Trabajo Social es un instrumento de cambio, de transformación social, del que se espera que seamos capaces de involucrar a las personas y a las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar(6).

Algunas claves para resiliar desde el Trabajo Social

Por último, de la misma forma que he ido construyendo esta reflexión sumando palabras e ideas de otras personas, me atrevo a terminar este texto añadiendo algunas claves propias que confío nos puedan ser útiles como trabajadoras y trabajadores sociales ante las experiencias de crisis que nos rodean, las de los demás y las nuestras. Tengamos en cuenta que también nosotras experimentamos las diferencias entre lo previsto y lo realizado, entre lo que esperamos de las políticas diseñadas, de las organizaciones e instituciones en las que estamos o de nuestras propias funciones con lo que finalmente se llega a alcanzar. También nosotras hemos de tener cuidado con creer que ya somos resilientes. El uso generalizado de este vocablo, junto con el mensaje de éxito que nos sugiere el hecho de que seamos capaces de resistir y adaptarnos a las numerosas situaciones difíciles que encontramos en nuestra práctica profesional, no ha de reducir los compromisos con la transformación y cambio al que nos lleva la Resiliencia, especialmente de quienes tienen y tenemos la responsabilidad pública de garantizar el bienestar común. Con esta finalidad, a modo de ideas claves tengamos siempre en cuenta que la Resiliencia demanda:

  • Reflexividad: Aprendamos de la experiencia, tomando conciencia de las circunstancias y dinámicas que en cada situación de crisis se producen en torno a las personas, instituciones y diferentes agentes involucrados. Esto ha de hacerse de manera intencionada, sistemática, con enfoque global, evaluando nuestro propio aprendizaje ante las experiencias difíciles y posibilitando nuevas oportunidades y aprendizajes a los demás. 
  • Proactividad: Anticiparnos a la dificultad. Prever las situaciones de crisis que con frecuencia esperamos en los contextos en los que estamos y poner en marcha todos aquellos mecanismos que puedan reducir sus efectos negativos sobre las trayectorias vitales de las personas y de la propia intervención.
  • Colectividad: Actuar junto a otros, involucrando en todas las acciones a personas y estructuras relacionadas. Los procesos de trabajo ante las situaciones de crisis han de ser colectivos, construyendo redes, solo así tendrán en cuenta las múltiples causas y factores presentes en su desarrollo, que han de ser abordados. 
  • Creatividad: Estar abiertos a lo nuevo, a los cambios, a probar aquello que se surge en la complejidad e incertidumbre que ofrecen las crisis. Ser flexibles durante el proceso de intervención de forma que demos espacio a nuevas oportunidades y fortalezas con las que siempre cuentan las personas. 

Y todo ello, para asegurar la transformación social: Para ser profesionales resilientes con respuestas eficaces en situaciones de crisis es imprescindible incidir sobre el contexto, sobre las causas que las provocan, evitando poner el foco de manera exclusiva en las estrategias individuales que ante ellas se pueden desarrollar. La participación sociopolítica, como estrategia de cambio social en nuestros procesos de intervención, ha de ser paralela al resto de objetivos que nos marquemos. Solo así resistiremos a los riesgos de no ser trabajadoras y trabajadores sociales resilientes ante las crisis. 


(1)Crítica y crisis: un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, Trotta, 2007

(2)Conferencia Curso de Verano UMA 2021 (Vélez Málaga). Los servicios sociales ante la crisis social.

(3)Anna Forés Miravalles, pedagoga y escritora experta en Resiliencia. Profesora Universidad de Barcelona.

(4)Zona “desfavorecida” en Málaga desde hace más de 30 años.

(5)Reflexiones en torno a la resiliencia. Una conversación con Stefan Vanistendael. Educación Social, 43, 93-103. 2009.

(6)Definición internacional del Trabajo Social, Melbourne, 2014.

Asturias, 15 de junio de 2021

Noelia Ordieres Buarfa-Mohamed
Trabajadora Social experta en protección jurídica de las personas y los grupos vulnerables.
Investigadora sobre el final de la vida y la ley de eutanasia

Con la aprobación de la Ley 3/2021 de 24 de marzo de regulación de la eutanasia en nuestro país, España se convierte en el séptimo del mundo en regular el derecho a decidir cuándo morir dentro de unas casuísticas muy concretas.

En nuestro país, como en la visión generalizada del ser humano del resto del mundo occidental, la salud tiene un carácter ineludiblemente médico y la muerte tiene, mayoritariamente, una visión médica y jurídica.

Médica por el hecho mismo de la naturaleza biológica de la muerte, la extinción del efecto homeostático de un ser vivo. Y la jurídica, por las consecuencias legales que causa el fallecimiento de una persona.

Pero nos olvidamos de algo, la esfera social de la muerte. Del proceso del final de la vida, no solo del duelo que es algo que hemos asumido. No, de los trámites, de la aceptación, del engranaje que nos envuelve cuando estamos ante el fin de nuestro ciclo vital y después de él.

Hemos reivindicado miles de veces el papel del trabajo social en la sanidad, solicitando un reconocimiento no solo necesario para la profesión, sino para la ciudadanía, puesto que somos un eslabón fundamental para garantizar los derechos de los/as pacientes en todas las esferas y vehículo transmisor y resolutivo de centenares de casos diarios que son imposibles de solucionar por los equipos médicos o de enfermería, entre otras cosas, porque no es su profesión.

¿Qué papel ocupa el trabajo social dentro de la ley de eutanasia?

Vamos por partes.

Eutanasia: buena muerte. Final de vida en el momento elegido por una persona.

De esto sabemos mucho en el trabajo social. De tiempos, de acompañamientos, de respetar decisiones y proyectos vitales y de fin de vida.

Me atrevería a decir, a riesgo de parecer prepotente, que sabemos mucho más que otras profesiones sobre todo esto.

Pero también tenemos mucho que mejorar. Evitar el paternalismo y la intervención directiva es una de esas batallas que venimos dando en la profesión desde hace muchos años y criticando también. Lo refleja muy bien Sara Mesa en su magnífico ensayo “Silencio administrativo”.

Despenalizar, autonomía, voluntad… de eso va esta ley y de eso va también el trabajo social.

Es una ley que obliga a todos los territorios, que constituye un derecho que se recoge en la cartera básica de prestaciones sanitarias.

Y es una ley garantista, quizás en exceso para el gusto de quien escribe. 

Fija unos mecanismos de acceso a ella y de control sobre la práctica que “tutelan”, a través de profesionales, todo el proceso que lleva como final al fin de la vida del/la paciente. 

Y exige unos requisitos perfectamente cuidados por el legislador para poder solicitarla.

  • Nacionalidad española, residencia legal o padrón de 12 meses.
  • Haber recibido alternativas de tratamiento por escrito de manera previa.
  • Haber solicitado dos veces en un periodo de 15 días la aplicación de la eutanasia.
  • Sufrir un padecimiento grave e incurable o un padecimiento grave, crónico e imposibilitante certificados por el médico responsable.

Además, garantiza las opciones de los/as profesionales sanitarios/as directamente en la objeción de conciencia, mediante un registro previo que deben custodiar las comunidades autónomas.

Es importante aclarar, en este punto, que las/os profesionales del trabajo social no estarían incluidas en la objeción por no ser parte del equipo directamente implicado, al menos así lo recoge y se reconoce en la norma. Quizás podríamos discutirlo.

El dictamen final de que la persona cumple los requisitos establecidos en la norma lo firma la denominada “Comisión de garantía y evaluación”. Este órgano, fundamental en esta ley, es quien vela por que todos los requisitos y pasos previos se hayan dado de forma correcta y quien emite el informe final que aprueba o deniega la prestación. En dicha comisión el papel del trabajo social se hace fundamental y es así, no solo por la argumentación previa, sino porque somos un eslabón imprescindible en la atención sanitaria de los/as pacientes-

Dichas comisiones tienen una composición obligatoria que formarán juristas, profesionales de la medicina y de la enfermería, pero se cataloga como multidisciplinar y solo establece un número mínimo de componentes. Es decir, el trabajo social sanitario puede formar parte de estas comisiones y así debería ser en cada comunidad autónoma, el papel de su reivindicación es nuestro.

Desde el embrión de esta ley, la cual nació con un carácter puramente médico y jurídico se han ido logrando pasos para que el lenguaje recogido en los 13 folios que conforman la norma final dejará claro que los equipos no son sanitarios, sino asistenciales y es aquí donde se incluye al trabajo social. Se establece que las personas que conforman los equipos asistenciales deben estar informadas de las solicitudes de eutanasia por el/la médico responsable que recibe la petición.

Pero además de todo lo anterior hay otra parte que se hace fundamental, uno de los ejes de la ley y que en muchos casos pasa por las manos de las/os trabajadoras/es sociales del ámbito sanitario. El testamento vital o documento de instrucciones previas.

Este documento, recogido en la ley 41/2002 de 14 de noviembre básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica en su artículo 11, a día de hoy y en la mayor parte de las comunidades autónomas forma parte de uno de los trámites sobre los que informa, asesora y registran las profesionales del trabajo social de centros de salud y hospitales.

En 13 folios de LORE se nombra el documento de instrucciones previas 9 veces. Es decir, se hace clave para garantizar que los derechos de la persona, si en el momento de verse en una situación de las anteriormente descritas como requisitos, se encuentra inconsciente o incapacitada y se cumplan si ha dejado escrito que quiere que se le aplique la eutanasia.

Como vemos, en este pequeño resumen de la norma y de nuestras posibilidades dentro de ella, se abre un nuevo derecho ciudadano que nos compete, que nos afecta y en el que tenemos mucho que decir, aportar, criticar y sistematizar.

Se convierte esta ley en un momento único para nuestra profesión, que podría convertirse en referente mundial sobre la concepción de la persona durante el proceso final de la vida y como comunidad debemos aprovechar la oportunidad que nos brinda.

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