La maternidad ha sido una cuestión ignorada por parte de la investigación, de hecho, hasta finales del siglo XX no se publican las primeras evidencias empíricas. Desde la antigüedad la maternidad se ubica en el centro de las relaciones de poder del sistema patriarcal y ha estado vinculada a la reproducción sexual biológica. No obstante, la idea de maternidad y familia ha experimentado un profundo cambio debido a la promoción de igualdad entre hombre y mujeres, la incorporación de la mujer en todas las esferas de la vida, la independencia económica, los cambios legislativos, la planificación familiar, la falta de compromiso y la inestabilidad de las relaciones de pareja, entre otros motivos, han llevado a que la mujer se plantee la maternidad en solitario de manera voluntaria y planificada.
A pesar del creciente porcentaje de mujeres que deciden un proyecto maternal en solitario, los mandatos patriarcales se encuentran muy arraigados en nuestra cultura impuestos para castigar a cualquier mujer que no desee una relación biparental, ya sea a través del matrimonio o de una pareja amorosa, y vivir la maternidad como experiencia única sin la presencia de la figura paterna. Para alcanzar esta opción familiar recurren a las técnicas de reproducción asistida y los procesos de adopción, tanto nacional como internacional. Cuando se hace referencia a la monoparentalidad no sólo se alude a la familia va mucho más allá, es hablar de mujer, de maternidad y de cómo sus derechos las deriva a una posición de subordinación.
Durante el siglo XIX, la pensadora feminista Adrienne Rich rastrea en su obra “Nacemos de mujer. La presencia de la maternidad como institución a lo largo de la historia”, asentada como un pilar fundamental del mundo tal y como lo conocemos, junto a la heterosexualidad obligatoria, para describir cómo se sustrajo el conocimiento y el poder de las personas con capacidad reproductora; cómo se mediatizó la relación con el embarazo y el parto, expropiando saberes, y cómo se construyó la noción de madre en el seno de la familia nuclear pero que no cuenta con ellas. Por otra parte, alude al término de ‘matrofobia’ para considerar la escisión femenina del yo, el deseo de expiar de una vez por todas la esclavitud de nuestras madres, y convertirnos en individuos libres” (Rich, 1996, 310).
Con respecto a la maternidad en solitario, el sistema va a castigar a estas mujeres por negar implícitamente que puedan tener una familia al margen de otro progenitor. Las mujeres solas con hijos a cargo siempre han sido mal vistas, influyendo el nivel socioeconómico en la percepción de la sociedad ante las mujeres solteras por el motivo que sea. La ausencia del padre significa que va a haber un estigma, sin un padre los y las menores podrían tener algún trauma. Sin embargo, estamos en este punto a causa de la violencia institucional que sufrieron muchas mujeres y que abrieron este camino por el hecho de querer ser madres en solitario. Cabe destacar que la maternidad implica unos deberes y cuidados que casi siempre son ejercidos por las mujeres en solitario, aunque tenga una pareja y, a pesar de ello, esta institución se ha encargado de invisibilizar y culpar a estas mujeres que escapan del mandato social. Por tanto, decidir iniciar la maternidad en solitario ha sido una de las mayores transgresiones por parte de las mujeres (FAMS, 2020).
En líneas generales, no es posible hablar de monoparentalidad sin adoptar una perspectiva feminista que permita analizar y estudiar sus dificultades y problemáticas desde la subordinación histórica de las mujeres. Por lo tanto, es necesario integrar en la reflexión y en el diagnóstico cómo influye la lógica del sistema patriarcal en las mujeres que crían solas a sus hijos e hijas sin la presencia de un hombre y en el ejercicio de los derechos sexuales y los derechos reproductivos de las mujeres. Las consecuencias de esta visión hegemónica de legislar a favor de un determinado modelo de familia biparental conllevan invisibilizar la diversidad familiar y, por ende, negar la libertad de la mujer a elegir si desea formar o no una familia y cómo debe ser esta para ser moralmente “aceptable” (Assiego et al., 2019).
El concepto que se utiliza en la actualidad para referirse a este tipo de sistemas familiares es relativamente joven, pues no fue hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX cuando se dieron las condiciones sociales y estructurales necesarias para su aparición en determinados países como Estados Unidos e Inglaterra, así como la manera en la que afectaron a las propias familias monoparentales (Avilés, 2013). Tras la Segunda Guerra Mundial se produce un profundo cambio de valores que favorece la autorrealización de los individuos provocando una evolución hacia otras formas de convivencia, lo que lleva a las mujeres a poder planificar la familia que desean e incluso a desvincularla de un proyecto en pareja (Assiego et al., 2019).
Lo que caracteriza a las familias monoparentales, en concreto las madres solas por elección, es ser fruto de una opción voluntaria y libremente elegida, y ello las diferenciaría de las madres solteras en el sentido tradicional, mujeres que han tenido hijos e hijas como resultado de relaciones prematrimoniales de los y las que luego el padre se ha desentendido. Solé y Parella hablan de la gineparentalidad de las madres solteras voluntarias, cuya maternidad se insertaría en un conjunto de estrategias vitales que pasarían por la realización personal sin el recurso a la pareja estable y, por tanto, formando parte de un paradigma de parentesco postradicional o posmoderno (citado en Jociles et al., 2008).
Las mujeres que deciden ser madres sin pareja cuentan, principalmente, con dos vías para llevar a cabo su tarea: la adopción y las técnicas de reproducción asistida (Díez, 2015). Estos distintos procesos de acceso a la maternidad entrañan experiencias vitales muy diferentes en lo que se refiere a la cercanía/lejanía de los lugares en que dichos procesos tienen lugar, al tipo de entidades con las que deben ponerse en contacto durante los mismos, a las relaciones que las mujeres mantienen con los y las expertos/as o profesionales de estas entidades, a los sentimientos que embargan a las mujeres en el tiempo de espera, etc. Estas experiencias resultan cruciales para entender ciertas características que estas mujeres presentan y, particularmente, la distinta actitud que adoptan ante la necesidad y/o posibilidad de cambio y, sobre todo, de transformar el trato diferencial de que son objeto con relación a otros modelos familiares (Jociles y Rivas, 2009).
Actualmente no resulta una tarea sencilla poder determinar cuántas de las familias monoparentales están encabezadas por una madre sola por elección debido a la ausencia de perspectiva de género en el abordaje de censos y datos estadísticos sobre familias y hogares. En tal sentido, requieren una profunda revisión metodológica con el fin de captar mejor la diversidad en la composición de los hogares y ofrecer datos fiables a nivel individual (ONU Mujeres, 2019). Es cierto que existe una gran variedad de causas o vías de entrada, permanencia y salida de las situaciones de monoparentalidad que no son captadas a partir del estado civil, una categoría que en definitiva solo caracteriza una situación formal-legalista de los progenitores monoparentales. De este modo, tendrían que incluirse los perfiles, las trayectorias, los análisis de las dinámicas de los grupos monoparentales y en cualquier caso la realidad de estas familias (Almeda y Di Nella, 2011).
Entre los principales cambios demográficos en el contexto español y que afectan a lo que se conoce como familias monoparentales-monomarentales, pueden señalarse, entre otros, el menor número de matrimonios, el incremento de la convivencia, el aumento de las tasas de separación y divorcio o el incremento de hogares unipersonales (CEET, 2012). De este modo, se comenta la transformación socio-demográfica más destacada en la dinámica de formación de la familia o sea la maternidad en solitario, que está experimentando un importante aumento en su visibilidad estadística y social, enmarcadas en las familias monoparentales.
Por otra parte, es necesario recalcar que el Derecho europeo no dispone de una normativa expresa sobre la autonomía reproductiva de las mujeres. No obstante, los atentados contra esta se han canalizado a través del derecho a la vida privada de manera que a través de la protección de este derecho se ha dado una protección indirecta de aquella. Atendiendo a esta consideración, no existe ningún documento vinculante que comprenda la visibilidad, reconocimiento y protección de la autonomía reproductiva a nivel europeo, lo que constituye una muestra del sesgo androcéntrico, y sólo recientemente están siendo incorporadas al discurso jurisprudencial. En lo referente a los derechos específicos de las mujeres en el ámbito de la reproducción, se parte de una óptica igualitarista en la que hombres y mujeres deben tener el derecho intangible de adoptar decisiones sobre las cuestiones sexuales y reproductivas en condiciones de igualdad. Por tanto, no se estarían tomando en cuenta las dificultades que tienen las mujeres a la hora de adoptar sus decisiones reproductivas de forma libre. Tampoco se precisa si el derecho a la salud sexual y reproductiva abarca el derecho a beneficiarse de las técnicas de reproducción asistida (González, 2015).
A modo de conclusión, la institución de la maternidad sigue influyendo negativamente en la decisión deliberada del proyecto maternal en solitario ante la presencia de normas heteropatriarcales y los roles sociales asignados a hombres y mujeres, provocando la minusvaloración de las familias monoparentales por elección. Así pues, las mujeres que encabezan esos modelos familiares siguen sufriendo estigmatizaciones e invisibilidad, dado que excluyen la figura paterna y la reproducción sexual patriarcal en la panificación de su maternidad, quebrantando los códigos de la familia nuclear a través de las técnicas de reproducción asistida o la adopción.
El movimiento feminista ha sido crucial en la transgresión de las familias monoparentales: por una parte, vincula la reproducción biológica y social como el sustento del sistema patriarcal que arrebata la autonomía de las mujeres y oculta sus condiciones de desigualdad y dominación masculina. Y, por otra parte, reivindica la lucha por los derechos de las mujeres, logrando su independencia y su participación en la sociedad y su capacidad para criar en solitario a sus hijos e hijas, sin depender del “cabeza de familia”, que históricamente representaba legalmente a las mujeres y tomaba las decisiones sobre los y las menores. Los aportes feministas también han sido necesarios para generar cambios sociales y políticos hacia la igualdad de mujeres y hombres, así como para replantear nuevas formas de atender los problemas sociales, éticos y legales que surgen con el cambio del paradigma reproductivo, ya que antiguamente la maternidad estaba ligada fundamentalmente a la biología.
BIBLIOGRAFÍA
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Díez López, Marta. (2015). Familias de madres solas por elección como contextos para el desarrollo infantil. (Tesis doctoral). Depósito de Investigación Universidad de Sevilla. Recuperado de https://idus.us.es/handle/11441/31006.
Federación de Asociaciones de Madres Solteras. III Congreso familias monoparentales: entre redes y cuidados, tejiendo oportunidades. Bloque 3. Maternidades y feminismo. El estigma de madres solteras. (2020). Madrid: Ministerio de sanidad, consumo y bienestar social. Recuperado 18 de marzo de 2021 de https://www.youtube.com/watch?v=ezDhU8Nei_8.
González Moreno, Juana María. (2015). Autonomía reproductiva y derecho. Un análisis de los marcos jurídicos internacional, europeo y español desde la teoría jurídica feminista. (Tesis doctoral). Depósito de Investigación Universitat Autònoma de Barcelona. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=117403.
Jociles, María Isabel y Ana María Rivas. (2009). Entre el empoderamiento y la vulnerabilidad: la monoparentalidad como proyecto familiar de las MSPE por reproducción asistida y adopción internacional. Revista de Antropología Social, 18, 127-170. Recuperado de https://revistas.ucm.es/index.php/RASO/article/view/RASO0909110127B
Gabriela Orrego Sánchez Trabajadora Social- estudiante del máster universitario de Igualdad y Género. Universidad de Málaga.
Laura Domínguez de la Rosa Profesora contratada doctora. Departamento de psicología social, trabajo social y servicios sociales y antropología social. Universidad de Málaga
Las redes sociales online constituyen una parte fundamental de nuestra cotidianidad. Desde que las tenemos al alcance de nuestros teléfonos móviles se han hecho indispensables para el correcto desarrollo de las interacciones sociales. A través de estas, no sólo tenemos la posibilidad de mantener una conexión continua con nuestros contactos, sino que también podemos diseñar nuestra propia plataforma de autorrepresentación en la que exponemos al público nuestra identidad en función de lo que deseamos o no deseamos mostrar (Renau et al., 2012).
Tal es su importancia en nuestro día a día, que la falta de participación en las mismas te excluye de algunas circunstancias y situaciones que inevitablemente requieren de su uso, y ante nuestro natural instinto de pertenencia social, la tendencia a la cibernavegación se incrementa a niveles impensables. De acuerdo con Flores y Browne (2017), el tiempo dedicado a la navegación y la creación de nuevos perfiles va en aumento continuo, puesto que se calcula que un 75% de los y las cibernautas menores de veinticinco años disponen de una cuenta en alguna red social. Además, los autores enfatizan en la importancia que la juventud le otorga a dichas plataformas, al considerarlas esenciales para el mantenimiento de una vida social satisfactoria.
Si bien son innegables las facilidades que ofrecen y los múltiples beneficios que suponen, es indiscutible que la dinámica bajo la cual operan no es del todo tan buena, pues a estas alturas ya son bien conocidos algunos de los inconvenientes más frecuentes que apelan principalmente a la población más joven. Adicciones, problemas de privacidad, uso de la información personal, discursos de odio, discriminación, ciberacoso, entre muchos otros problemas se han convertido en el pan de cada día, y haciendo un análisis desde la perspectiva de género, fácilmente podemos localizar infinidad de desigualdades y violencias que impactan a las mujeres a niveles claramente destacables.
Para identificar el origen de dichas desigualdades en un entorno a primera vista inofensivo es necesario remitirnos a los años setenta, época en la que el sociólogo Pierre Bourdieu acuña el término “violencia simbólica” para referirse a un tipo específico de dominación social en el que las personas sujetos oprimidas no son conscientes de la violencia ejercida. La realidad es que este tipo de violencia es difícil de identificar debido a que opera, como su propio nombre lo indica, en un campo simbólico que no requiere de expresiones físicas, pues se basa en la imposición de significaciones supuestamente inofensivas e incluso necesarias para la supervivencia que actúan como medio de comunicación y entendimiento del mundo social (Bourdieu, 2002).
Pero ¿Qué tiene que ver esto con las redes sociales? Pues bien, más de lo que nos imaginamos. Si analizamos la creciente popularidad de la autorrepresentación virtual, sumada a la sobreexposición de imágenes, la mercantilización corporal y la imitación de determinados referentes estéticos, nos daremos cuenta de que esto ha pasado a convertirse en una dinámica naturalizada de expresiones egocéntricas y neonarcicistas que generan graves consecuencias (Finol y Hernández, 2015).
Más allá de un inofensivo juego exhibicionista, estos patrones de comportamiento virtual esconden interacciones asimétricas plagadas de estereotipos de género en el que se aprecian claras diferencias en el tipo de representación que se le otorga a hombres y mujeres, pues, mientras los chicos publican fotografías que transmiten fuerza (focalizando la musculatura), las chicas publican imágenes que realzan la belleza y la feminidad (labios, piernas, escote, etc.) (Flores y Browne, 2017). Tal y como opera la violencia simbólica, estas manifestaciones parten de concepciones altamente diferenciadas entre sexos, estableciendo líneas fronterizas que determinan las significaciones de la feminidad y la masculinidad (significaciones usualmente limitantes y excluyentes).
El papel de la imagen en la reproducción de estereotipos es en definitiva de las más influyentes, ejemplos de ello podemos encontrarlo en aplicaciones o apps de citas, como Tinder. Según explica la periodista Beatriz Serrano (2019), este tipo de redes en repetidas ocasiones han antepuesto sus intereses comerciales por encima de la integridad de sus personas usuarias, exponiendo a las mismas a un juego de mercantilización estética. A diferencia de las compañías competidoras como OkCupid o Meetic, Tinder premia la imagen sobre el discurso, imágenes estereotipadas cuyo éxito en la búsqueda del amor dependerá del cumplimiento de los normotipos corporales. ¡!Ojo a este último dato! porque ya no sólo estamos hablando de dinámicas ejercidas por las propias usuarias y los propios usuarios, sino de manipulaciones algorítmicas discriminatorias que pueden ser controladas por las mismas compañías.
El siguiente planteamiento ante estos hechos podría ser: ¿Cómo se traduce esto en violencia? Y la respuesta está en las consecuencias que se generan. De acuerdo a las investigaciones de Cohen et al. (2017) la cantidad de tiempo que la juventud destinan a la visualización de imágenes consideradas atractivas se relaciona de manera directa con la insatisfacción corporal, siendo las plataformas enfocadas en la fotografía, aquellas que más promueven la internalización de los ideales de delgadez. El problema se agrava cuando analizamos la relación de estas dinámicas con determinados trastornos de la conducta. Tabares (2020) confirma el gran riesgo que suponen tanto en la aparición como en el agravamiento de los TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria), haciendo énfasis en la bulimia y la anorexia.
Ahora bien, los TCA no son los únicos problemas que retoman protagonismo, puesto que incluso están apareciendo nuevos tipos de Trastornos como consecuencia directa de la sobreexposición de imágenes y la autocontemplación corporal. “Dismorfia de Snapchat” es el nombre otorgado al trastorno dismórfico que genera en las personas usuarias una obsesión por modificar su apariencia según la imagen perfeccionada que visualizan de sí mismos a través de los filtros. Sarabia (2018), sostiene que este es experimentado por alrededor de un 2% de la población y se agrupa dentro del Espectro Obsesivo Compulsivo. Como era de esperarse, esto ha provocado un aumento de pacientes en las clínicas estéticas estadounidenses.
Vemos pues, como aquello que comienza como un patrón simbólico en el que los y las sujetos supuestamente de manera libre e independiente expresan su identidad y muestran al mundo la mejor versión de sí mismos ajustando a su gusto la pose, el filtro y el encuadre (Murolo,2015), trasciende posteriormente a consecuencias en la salud física y mental. Es justo de esta manera como trabaja la violencia simbólica, cuya aparente normalidad constituye su arma más letal, convirtiendo en cómplices a las propias personas oprimidas, todo ello a través de un proceso sincrónico de desconocimiento y reconocimiento que legitima la desigualdad (Fernández, 2005).
Es de vital importancia recalcar que son las mujeres las que se ven mayormente afectadas ante esta situación. Peris et al., (2016) señalan que la histórica presión sociocultural bajo la cual han estado sujetas las convierte en un perfil de riesgo emocional muy diferente al de los hombres. De hecho, el propio Pierre Bourdieu decidió extender el concepto de violencia simbólica hacia la dominación masculina, al considerar que las asimetrías en la jerarquización designadas a los sexos permitían comprender con claridad la economía de los intercambios simbólicos (Bourdieu, 2000). En efecto, son las mujeres las que mayormente han soportado el peso de la normatividad estética, en un intento por definir su “feminidad” bajo restrictivos cánones sociales.
Desafortunadamente, dichos patrones de violencia hacia las mujeres no se ven reproducidos únicamente en la imagen sino también en el discurso. Basta con navegar por plataformas como Reddit, Forocoches, Varones Unidos o mgtow.com para encontrarse con infinidad de debates degradantes y sexualizados hacia estas. Philips (2019) manifiesta que el ataque hacia el movimiento feminista se hace aún más evidente, pues son habituales los insultos, las burlas y hasta las amenazas de muerte o violación. Pero no es necesario adentrarse en estos foros no tan conocidos para descubrir que el discurso en las redes sociales no va precisamente a favor de las mujeres, si nos trasladamos a Instagram, una de las redes más populares del momento, también encontraremos disparidades.
De acuerdo a una investigación publicada por la universidad de Columbia en el año 2018, los hombres tienen 1,2 veces más probabilidades de percibir mensajes y comentarios positivos en sus fotografías, además, las publicaciones de las mujeres reciben cada vez menos representación pese a constituir la mayoría de la muestra. Según afirman los investigadores, los algoritmos absorben patrones repetitivos y los reproducen a gran escala, contribuyendo así a la invisibilización de la participación femenina (Stoica et al., 2018). No bastando con esto, si redirigimos la mirada a Facebook, otra de las redes sociales más populares, nos toparemos con algunos registros de demandas impuestas por discriminación, tal y como ocurrió en el año 2019 al descubrirse que algunos de sus anuncios publicitarios, en relación a servicios financieros e inmobiliarios, se publicaban con menos frecuencia a las personas usuarias de bajo interés mercantil, para lo cual se tenía en cuenta la raza, la nacionalidad y, como era de esperarse, el género, traduciéndose esto en menores oportunidades de crecimiento financiero para las mujeres (Pinto, 2019).
Una mirada desde el Trabajo Social
Habiendo analizado todo lo anterior nos queda preguntarnos ¿Qué papel cumple el Trabajo Social en toda esta problemática? La realidad es que aún queda bastante camino por recorrer para dar respuesta a dicha cuestión, no obstante, atendiendo a la promoción de la igualdad y la justicia social como principios fundamentales de la profesión, nuestra implicación se hace ineludible, ya que además de constituir una problemática de índole social, del nivel de comprensión de esta dependerá la efectividad del accionar profesional.
Algunas de las redes sociales mencionadas con anterioridad conforman espacios dinámicos, de fácil accesibilidad y gran capacidad de adaptación al cambio que representan una gran oportunidad en el marco de la intervención. Además, la propia naturaleza bajo la cual operan actúa en gran parte a nuestro favor, ya que su alta capacidad de difusión facilita la puesta en marcha de acciones de mayor alcance que refuercen algunos de los pilares básicos de la disciplina como la ampliación de redes apoyo y el fortalecimiento de las interacciones sociales.
Tal y como se ha venido señalando, es indispensable tener en cuenta que nos enfrentamos a un medio que en sí mismo constituye un espacio de riesgo ante la reproducción de estereotipos y formas de discriminación, sin embargo, las intervenciones que se planteen no deben estar dirigidas a la demonización de estos medios, sino a la concienciación respecto a las oportunidades que ofrecen. Se trata simplemente de aprender a sacar provecho de estas plataformas de la forma correcta y enseñarle a la comunidad a utilizarlas de manera consciente, responsable y bajo una perspectiva de género. Cabe resaltar que sólo adentrándonos en el mundo de las redes sociales desde el punto de vista de las personas usuarias que la utilizan, podremos construir planes de acción verdaderamente atractivos para la comunidad más joven.
Ante la polivalencia que caracteriza a la profesión, la aparición de nuevos tipos de violencia a raíz de las dinámicas virtuales no constituirá un impedimento en nuestro desarrollo, ahora bien, la improvisación no es la solución, por lo que ello no nos exime de hacer frente a los cambios sociales mediante el replanteamiento continuo de nuestro de accionar. Ahora más que nunca se hace necesaria una revisión profunda de nuestras metodologías clásicas y su efectividad en las problemáticas sociales emergentes. Como bien afirmaba Arriazu (2007) la inmersión en nuevos terrenos de investigación inevitablemente implicará épocas de incertidumbre e inseguridad profesional, sin embargo, teniendo en cuenta el terreno en el que se pretende ahondar, nuestra motivación debe basarse en las infinitas posibilidades ya señaladas.
BIBLIOGRAFÍA
Arriazu, R. (2007). ¿Nuevos medios o nuevas formas de indagación?: Una propuesta metodológica para la investigación social on-line a través del foro de discusión. Forum: Qualitative Social Research, 8 (3), 1-17.
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Cohen, R., Newton-John, T. & Slater, A. (2017). The relationship between facebook and instagram appearance- focused activities and body image concerns in young women. Imagen corporal, 23, 183-187. https://doi.org/10.1016/j.bodyim.2017.10.002
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Sarabia, D. (2018, 6 de agosto). La “dismorfia de Snapchat”: operarse para ser como tú “yo” del filtro. El Diario. https://www.eldiario.es/tecnologia/dismorfia-snapchatquerer-parecerte-filtro_1_1987028.html
Serrano, B. (2019, 23 de mayo). Proposiciones indecentes, insultos y “ghosting”: por qué los hombres pierden la educación en Tinder. El País. https://smoda.elpais.com/placeres/sexo/proposiciones-indecentes-insultos-yghosting-por-que-los-hombres-pierden-la-educacion-en-tinder/
Stoica, A. A., Riederer, C., & Chaintreau, A. (2018, April). Algorithmic Glass Ceiling in Social Networks: The effects of social recommendations on network diversity. In Proceedings of the 2018 World Wide Web Conference (pp. 923-932).Tabares, S. (presentadora). (2020, 3 de junio). Redes sociales, el nuevo espejo de los trastornos de la conducta alimentaria [Capítulo 74]. Cadena Ser. https://cadenaser.com/emisora/2020/06/02/radio_valencia/1591083829_979456. htm
Gema Ruiz Rodríguez Trabajadora Social. Zonas desfavorecidas. Diputación de Granada
Gema Ruiz Rodríguez, diplomada en Trabajo Social por la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Granada 2008-2011. Experta en Discapacidad 2012 por la Universidad de Granada, Máster en Mediación por la Universidad de Granada 2013-2015 y Experta en Pérdida y Duelo por la Universidad de Almería en 2018.
En su trayectoria profesional destaca la intervención con mujeres migrantes, jóvenes en riesgo de exclusión social y personas en situación de dependencia.
En este artículo se quiere dar a conocer un proyecto ecofeminista para llevar a cabo en Zafarraya, un pequeño pueblo de 2.120 habitantes* de la provincia de Granada, Andalucía (España). Un grupo de mujeres pretende crear una sociedad cooperativa dedicada a generar pellet como combustible para las estufas y/o calderas con los residuos de piñas de pino silvestre.
Llevar a cabo este proyecto liderado por mujeres habitantes del territorio supone un paso más hacia el movimiento ecofeminista en España, dimensión poco conocida entre proyectos feministas del país. El interés hacia esta corriente pone de manifiesto el capitalismo natural, tan necesario en el actual sistema capitalista para pasar de la economía de consumo a la economía de servicios y reinvertir los beneficios en la mejora e implementación de los recursos naturales.
La Directiva 2009/28/CE relativa al fomento del uso de la energía procedente de fuentes renovables, define la biomasa como “la fracción biodegradable de los productos, desechos y residuos de origen biológico procedentes de actividades agrarias (incluidas las sustancias de origen vegetal y de origen animal), de la silvicultura y de las industrias conexas, incluidas la pesca y la acuicultura, así como la fracción biodegradable de los residuos industriales y municipales”.
En los últimos años, a medida que ha ido aumentando la explotación del inmenso potencial disponible y se ha ido consolidando un mercado para la biomasa, aumentando los agentes implicados y los volúmenes comercializados, se han acrecentado los esfuerzos por estandarizar y certificar la calidad de este tipo de combustibles, principalmente las astillas y los pellet (normas ISO 17225), habiendo incluso estudios recientes (BIOMASUD) y normas específicas que también se dirigen a residuos como los huesos de aceituna y las cáscaras de frutos (normas UNE-164003 y UNE-164004, respectivamente).
El municipio de Zafarraya ha sido declarado“Lugar de Importancia Comunitaria” (LIC) según la información de los espacios Red Natura 2000 remitida por el MITECO a la Comisión Europea*. Este pequeño pueblo se encuentra situado entre la transición entre la Axarquía malagueña y la tierra de Alhama; es el accidente geográfico que corta y separa las pantallas rocosas de las sierras de Alhama y Tejeda y abre camino natural entre el Poniente Granadino y el litoral mediterráneo en el área geográfica del Poniente Granadino. Desde el punto de vista de su comarcalización, se incluye en la comarca del Poniente Granadino. Tiene una superficie de 21 km2, la distancia a la capital es de 79 km. Limita al norte con Loja, al este con Alhama de Granada y al sur con la provincia de Málaga.
Comparativamente el sector agrícola en Zafarraya supone un gran porcentaje respecto al total provincial. Consecuencia de ello es la gran actividad agrícola existente en la zona.
La principal idea a llevar a cabo para desarrollar el presente proyecto es generar pellet con residuos de piña de pinos silvestres de las principales sierras que rodean el polje natural de Zafarraya (paisaje kárstico), el mayor de la península ibérica y uno de los más importantes de Europa. Los pellet son pequeños cilindros de 6 a 12 mm de diámetro y de 10 a 30 mm de longitud hechos con serrín, astillas u otros residuos comprimidos que pueden utilizarse como combustibles.
En la actualidad, la producción de pellet sólo se produce en la industria maderera, en España concretamente en las zonas del norte como Cantabria, Castilla y León o el País Vasco.
El estudio de las especies de pinos del Llano de Zafarraya hace constatar que es viable extraer de las piñas serótinas del pino carrasco dicho residuo para la producción de pellet ya que éstas sólo se abren en caso de incendio o de temperaturas muy elevadas (mayores de 50ºC) y generan no sólo fuego sino que cuando hay una sequía fuerte impide la hidratación que favorecen su inflamabilidad como estrategia adaptativa.
El pellet lo podemos utilizar tanto para calefacción como agua caliente. Para su uso, se utilizan estufas o calderas especiales para pellet resultando muy cómodas y muy fáciles de usar.
Las ventajas del pellet son las siguientes:
Al ser un producto 100% natural no mancha, ni es tóxico ni contamina ya que es Biomasa CO2 neutro.
No requiere de la tala de árboles ya que procede del serrín, por lo que se convierte en un consumible totalmente ecológico.
No tiene fecha de caducidad. La única condición que requiere el pellet para su cuidado y perdurabilidad es que se guarde en un lugar seco.
Diseño de la metodología
Búsqueda bibliográfica en Google Académico con palabras clave como: ecofeminismo,biomasa, desarrollo sostenible, capitalismo natural, principio de precaución, economía de servicios.
Posteriormente se efectúa lectura detallada de los artículos y se recaba información para abordar la temática.
Para llevar a cabo el proyecto se crea un grupo autogestionado de 10 mujeres ecofeministas residentes en el municipio concienciadas con el cuidado medioambiental, la problemática ecológica, el cuidado de la salud y la necesidad de adecuar la economía a las necesidades de las personas así como luchar hacia una transición de modelo de desarrollo económico sostenible. Tras diversos encuentros y reuniones se genera compromiso y cohesión humana entre las integrantes del grupo lo que permite trazar una estrategia y un posterior plan de actuación sobre la viabilidad, sustentabilidad, productividad y rentabilidad del proyecto.
En primer lugar se asesoran con personas emprendedoras para poder preguntar dudas, conocer sus experiencias y escuchar recomendaciones que les pueden ser útiles para ir alternando obstáculos.
En segundo lugar, contando con el asesoramiento del área de emprendimiento de la Cámara de Comercio de Granada, elaboran un diagnóstico de evaluación socioeconómica cuyas variables serán:
A nivel organizacional: conocimiento del y/o la cliente, de la competencia, función de mercado, búsqueda de clientes potenciales a través de las TIC (tecnologías de la información y comunicación), adecuar el producto y diferenciarlo del resto, información para la elaboración técnica de pellet de biomasa (humedad del material, homogeneización de la materia prima y utilización de aditivos, alimentación frecuencial, maquinaria) difusión a través de marketing digital, cronograma de trabajo (recursos humanos y recursos materiales).
A nivel de búsqueda de apoyos y desarrollo social: ocupación de la mano de obra de la zona, cualificación de la mano de obra de la zona, mantenimiento de infraestructuras, capacidad productiva, desarrollo local y comunitario, proyecto con fuerte responsabilidad social, educación medioambiental y mejora del ecosistema.
Evaluando la estrategia y plan de actuación se procede a elaborar un plan de trabajo productivo y un plan de negocio que tras un compromiso cooperante permitirá que se proceda a llevarlo a cabo siendo flexible y susceptible de cambios en función de su progreso. Individualmente cada integrante de la cooperativa depositará una cantidad de capital financiero que, sumado al importe que se consiga de los apoyos sociales tras una difusión del proyecto a éstos, será el punto de partida para poder empezar con los primeros gastos de inversión.
¿Para qué un proyecto ecofeminista?
El ecofeminismo plantea una actitud de prudencia hacia la tecnocracia y hace algunas propuestas en el ámbito de la salud como son:
Estilo de vida saludable.
Vegetarianismo y soberanía alimentaria.
Autonomía del cuerpo y derechos sexuales y reproductivos.
Preocupación por los entornos saludables.
Las condiciones ambientales causan entre el 20-25% de muertes al año en todo el mundo. En el Estado Español se dan 16.000 muertes prematuras al año por enfermedades derivadas de la contaminación del aire.
Los pesticidas tóxicos, los disruptores hormonales o la contaminación ambiental son ejemplo de cómo la calidad ambiental repercute en la salud, especialmente en las mujeres.
¿Por qué es importante el ecofeminismo?
El análisis feminista pone de manifiesto que, en prácticamente todas las culturas y a lo largo de la historia, quienes han cuidado esos cuerpos vulnerables han sido las mujeres y lo han hecho en espacios que el modelo hegemónico se ha encargado de invisibilizar y desvalorizar. Este espacio invisible y sin valor, que se ha construido activamente como tal (De Sousa Santos, 2011) es el espacio de los hogares que son verdaderos núcleos de producción de bienes y servicios imprescindibles para que pueda darse la vida humana Nuestras sociedades siguen siendo patriarcales y esto se mantiene gracias a los procesos de socialización de niños y niñas que transmiten de manera explícita e implícita y a través de todos los dispositivos sociales, que quienes deben encargarse de mantener la vida son quienes la dan y esto justifica la separación sexual del trabajo, del espacio y del poder. Precisamente porque el modelo actual de desarrollo no tiene en cuenta esta perspectiva es por lo que el ecofeminismo afirma que este es un modelo ecocida, porque destruye naturaleza; es patriarcal, porque utiliza el trabajo hecho en los hogares invisibilizándolo y sustrayéndole la plusvalía que genera en forma de tiempo de cuidado. Esto lo convierte en esencialmente injusto. (Herrero, 2016)
¿Qué resultados persigue el proyecto?
Concienciar a la población del municipio sobre la importancia que tiene la energía renovable para proteger el medioambiente.
Transmitir la importancia entre el crecimiento económico, el cuidado del ecosistema y el bienestar social, valorando el impacto en la salud de las personas, en especial la salud de las mujeres biológicamente más vulnerables ante la contaminación medioambiental.
Reinvertir los beneficios en la mejora e implementación de los recursos naturales.
Elaborar el producto empleando un único material “bio”, a fin de simplificar los procesos de reciclaje.
Apoyar las nuevas tecnologías para mejorar la eficiencia del producto.
Generar empleo entre las mujeres del territorio a corto, medio y largo plazo contribuyendo al emprendimiento rural femenino.
Instaurar el principio de sororidad como base del ecofeminismo.
Participar en foros y encuentros sobre políticas de género y ecología.
Contribuir al empoderamiento de las mujeres del municipio facilitando el acceso al empleo.
Generar las oportunidades necesarias para fomentar y consolidar la participación de las mujeres en todos los espacios públicos.
Bibliografía:
Charo Morán & Área educación. Informe: ¿Qué cambia cuando cambia el clima? Ecologistas en Acción. Enero 2020.
Almudena Macías León Profesora del Área de Trabajo Social y Servicios Sociales, Universidad de Málaga
El abuso sexual en la infancia y la adolescencia constituye una de las formas de maltrato infantil más graves que existe, dejando consecuencias devastadoras a corto y largo plazo en la vida del/la menor. No es un problema reciente, sino que ha existido siempre. Se trata de un tema tabú, una pandemia silenciada, se ve como un crimen y no se piensa que pueda ocurrir a nuestro alrededor, por lo que se evita hablar de ello. Pero la realidad es que uno de cada cinco niños, niñas o adolescentes ha sufrido abuso sexual infantil antes de cumplir los 17 años (OMS, 2020) y en más del 50% de los casos, se ha producido antes de los 12 años (Save the Children, 2021).
La Organización Mundial de la Salud (1986) define el abuso sexual infantil (ASI) como la situación en la que “un niño es víctima de un adulto, o de una persona evidentemente mayor que él con fines de satisfacción sexual”. En este sentido, se considera abuso sexual en la infancia, “involucrar a un niño, niña o adolescente en actividades sexuales que no llega a comprender en su totalidad, a las cuales no está en condiciones de dar consentimiento informado o para las cuales es evolutivamente inmaduro” (Rebels, 2021).
Hoy en día, aunque se está visibilizando más y se está concienciando más del impacto del abuso sexual en la infancia y la adolescencia a través de los medios de comunicación de masas, las redes sociales y la opinión pública en general, favoreciendo así su detección; esto no es suficiente, sigue siendo una realidad oculta. Es un problema que afecta a todas las culturas y clases sociales y que, si no se detecta a tiempo, conlleva graves consecuencias para la víctima que pueden perdurar a lo largo de la vida.
Tanto familias como profesionales se horrorizan al hablar del tema, dificultando así su detección. Ya que, como se ha mencionado anteriormente, es necesario una detección temprana para evitar que las consecuencias a corto y largo plazo se agraven.
Por ello, es necesario normalizar hablar de ello, así como ampliar la formación de los/as profesionales y de las familias para que así puedan prevenir que se produzcan casos de este tipo.
No obstante, la detección del abuso sexual es complicada, ya que la mayoría de los casos se producen en el ámbito familiar y por las personas más cercanas al menor, provocando su silenciamiento. Pero más se complica si se viven situaciones como la del periodo de pandemia. Según UNICEF (2020), los/as niños/as están más expuestos, en este caso, al abuso sexual cuando “cierran escuelas, se interrumpen los Servicios Sociales y Centros Médicos y se restringen los desplazamientos”, que es lo que ha ocurrido debido a la pandemia provocada por la Covid-19. Además de la familia, las escuelas y los centros médicos son los principales puntos de detección de cualquier situación de maltrato, ya que son los/as profesionales que más contacto tienen con los niños, niñas y adolescentes.
Este artículo se basa en los resultados de un TFG (Fernández, 2021) que se presentó en el Grado de Trabajo Social. El objetivo del mismo era conocer la problemática del abuso sexual infantil en el ámbito intrafamiliar. Para conseguir este objetivo, se indaga sobre los posibles factores e indicadores de riesgo y protección. Ya que, como dijo Rutter (1999), cuanto más conocimiento se tenga de estos factores, mayor probabilidad de actuar con anticipación y así poder cambiar las condiciones que exponen a los/as personas menores de edad a sufrir daños.
Asimismo, se analizaron los recursos existentes en Andalucía para atención a menores víctimas de abuso sexual y el protocolo de actuación que se lleva a cabo en estos casos desde la perspectiva del Trabajo Social. En este artículo se presentan parcialmente algunos de los resultados del mismo.
Para obtener dichos resultados, se llevó a cabo una revisión bibliográfica en la cual se consultaron diversos estudios sobre la problemática. Además, se entrevistaron a varias profesionales del ámbito social con el fin de contrastar y comparar los resultados obtenidos en las mismas con los de los estudios revisados.
Dicho esto, existen una serie de factores de riesgo que, aunque no sean determinantes, hay que tenerlos en cuenta a la hora de evaluar el abuso sexual infantil. A través de las entrevistas realizadas en el TFG (Fernández, 2021), se obtuvo como resultados que, entre los factores de riesgo más comunes entre las víctimas de abuso sexual, destacan el incremento del uso de las redes sociales por los niños/as y adolescentes, las familias desestructuradas, la pobreza, el aislamiento social, la discapacidad, la carencia de afecto, el consumo de alcohol y drogas, etc.
Sin embargo, se puede llegar a pensar que el sexo y la clase social son también factores de riesgo. Pero la realidad es que ni la cultura ni la clase social son factores determinantes.
Al igual que el sexo, que según Gil (1997), Vázquez Mezquita y Calle (1997), el hecho de ser niña si es un factor de riesgo, ya que, en los casos de abuso sexual intrafamiliar, la mayoría de los agresores son hombres heterosexuales. Pero, según las respuestas obtenidas a través de las entrevistas, el sexo no sería un factor de riesgo puesto que hay años donde predominan los casos en niños y otros años donde predominan los casos en niñas.
Tras los resultados expuestos, se llegó a la conclusión de que para evitar que se produzcan casos de abuso sexual hay que trabajar en disminuir los factores de riesgo y fomentar los de protección como son las habilidades de autoprotección, la alta autoestima, la comunicación entre progenitores e hijos/as, integrar socialmente al/la menor y sus progenitores, la supervisión de los progenitores, etc.
También, es muy importante que haya una adecuada coordinación entre las instituciones dedicadas a trabajar con menores, para que la intervención se realice de la mejor forma posible y el/la niño/a sufra el menor daño posible.
Y, en cuanto al papel del Trabajo Social y de la familia, ambos son de vital importancia en el proceso de intervención del/la menor. Ya que, en el primer caso, los/as trabajadores/as sociales realizan diversas funciones en beneficio y protección de la persona menor de edad y su entorno familiar. Y en el segundo caso, porque la familia es el punto de apoyo de los/as niños/as y adolescentes, su figura de referencia, y, sin ésta, los avances del/la menor podrían verse afectados.
A modo de conclusión, he de decir que la búsqueda de bibliografía referente al abuso sexual no ha sido compleja, se han encontrado numerosos documentos, pero si que ha habido dificultad a la hora de encontrar información y estadísticas recientes, teniendo que ampliar el campo de búsqueda a los últimos diez años.
Dicho esto, se ha podido comprobar a lo largo de la investigación realizada, que hay poca información entre la población acerca del abuso sexual, sobre cómo detectarlo, cuáles son sus consecuencias y qué factores de riesgo y protección predominan en estos casos. Todo ello se debe a la escasa formación de los/as profesionales y de las familias.
La mayoría de las personas entrevistadas para el TFG (Fernández, 2021), coinciden en la importancia del Trabajo Social en la intervención de este problema y en cómo esta profesión ha de coordinarse y trabajar de manera interdisciplinar con otros/as profesionales de diferentes ámbitos para poder realizar la intervención de manera eficaz.
La clave para erradicar esta problemática está en prevenir, detectar y saber actuar. Es necesaria una detección precoz; una prevención primaria dirigida a incrementar la información, proporcionar pautas de relación positiva y autodefensa, mejorar la comunicación y confianza entre los cuidadores y los niños, niñas o adolescentes, normalizar la sexualidad, promover la educación afectivo-sexual, entre otros; una prevención secundaria destinada a las poblaciones de riesgo (familias desestructuradas, miembro con diversidad funcional, en situación de pobreza…); una prevención terciaria orientada al/la menor, familia y persona agresora; y, por último, más formación a profesionales y familiares para saber cómo actuar en estos casos.
Es por ello, que considero necesario establecer algunas propuestas de mejora que han ido surgiendo a lo largo de la investigación, como son las siguientes:
Más sensibilización e información a través de campañas de fomento de la detección activa por parte de instituciones públicas. La población, en general, cuenta con información muy limitada sobre esta problemática, hablar del tema es de vital importancia para la sanación de las víctimas y para que se reduzca el número de casos. Además de que los/as distintos/as profesionales que intervienen en estos casos no están lo suficientemente preparados para tratar un problema tan complicado.
Más reconocimiento a las instituciones y asociaciones que si cuentan con formación suficiente en materia de abuso sexual en la infancia y la adolescencia.
Talleres y charlas de mejora de habilidades sociales de comunicación y confianza bidireccional entre progenitores e hijos/as.
Una educación afectivo-sexual clara y cercana desde la infancia, por parte de la familia y de los centros educativos.
Más recursos públicos para menores víctimas de abuso sexual y también para aquellas víctimas que han cumplido la mayoría de edad y siguen con dificultades para desarrollar su vida de manera cotidiana.
Fomentar la investigación del uso de las nuevas tecnologías y, por consiguiente, de la aparición de nuevas formas de abuso sexual como el grooming, sexting o happy slapping.
Investigar sobre el impacto y las consecuencias de la Covid-19 en el abuso sexual infantil y su consecuente aislamiento social preventivo y obligatorio.
Tras lo expuesto, se puede resumir que el abuso sexual infantil es un problema grave y difícil de detectar y que, por ello, es necesario que familiares, profesionales y niños, niñas y adolescentes reciban una formación integral con el fin de prevenir que se produzcan más casos de esta índole.
Bibliografía
Fernández, I. (2021). Abordaje del abuso sexual infantil intrafamiliar desde el Trabajo Social en Andalucía [Trabajo Fin de Grado no publicado]. Grado en Trabajo Social, Universidad de Málaga.
Fundación General de la Universidad de Málaga. (15 de marzo de 2021). III Jornadas ASI y Feminicidio Universidad de Málaga (primera jornada) [Archivo de Vídeo]. Youtube https://www.youtube.com/watch?v=fzoxzO7-Y8Q
Fundación General de la Universidad de Málaga. (15 de marzo de 2021). III Jornadas ASI y Feminicidio Universidad de Málaga (segunda jornada) [Archivo de Vídeo]. Youtube https://www.youtube.com/watch?v=Um9P5cssIMw&t=6533s
Gil, A. (1997). Los delincuentes sexuales en las prisiones. En M. Lameiras y A. López (Eds.), Sexualidad y salud (pp. 181-214).
Rutter, M. (1999). Resilience concepts and findings: implications for family therapy. Journal of family therapy, 21 (2), 119-144. https://doi.org/10.1111/1467-6427.00108
UNICEF, (10 de abril de 2020). No dejemos que los niños sean las víctimas ocultas de la pandemia de COVID- 19. https://www.unicef.org/argentina/comunicados-prensa/no-dejemos-ninos- victimas-ocultas-pandemia-covid19Vázquez Mezquita, B. y Calle, M. (1997). Secuelas postraumáticas en niños. Análisis prospectivo de una muestra de casos de abuso sexual denunciados. Revista de Psiquiatría Forense, Psicología Forense y Criminología, 1, 14-29.
Noelia Ordieres Buarfa-Mohamed Trabajadora social y escritora
Vivimos en un contexto social cambiante, dinámico e imprevisible de manera continua y esto es irremediablemente inherente al papel del trabajo social en él, pero ¿estamos preparadas como profesionales para asumir estos retos?
Hace dos años nos encontrábamos con una situación, como es la epidemia por COVID-19, que ya estaba pronosticada por epidemiólogos y expertos en materias de desastres, dejó al sistema en la mayor crisis mundial de los últimos años.
Actualmente, nos encontramos inmersas en una guerra que quizás, como el caso anterior, ya estaba pronosticada y que, como buenas sociedades abducidas por el capitalismo, trabajadas en el individualismo y la insolidaridad, hemos preferido obviar.
Pero, ¿es nueva una guerra? ¿Por qué de repente esto os merece toda la atención y recursos del Estado? ¿Qué ha ocurrido para que nos haya afectado de manera directa una guerra que no roza nuestras fronteras?
No, sabemos de manera veraz que no es una guerra nueva, como no lo son las guerras de otros países en los que intervenimos como miembros de la OTAN, como receptores de personas migrantes solicitantes de asilo, o como miembros de los cuerpos diplomáticos.
Lo que no sabíamos como sociedad, o para lo que nos habían preparado, es para ser una sociedad totalmente dependiente. Desde las negociaciones de la industrialización de los 80 a los abandonos a los que están sumergidas las zonas rurales con especial incidencia en los trabajadores y trabajadoras del campo, hemos seguido un sendero que nos ha traído hasta aquí.
Renunciamos al autoabastecimiento de recursos básicos, a las negociaciones intensas de las cuotas pesqueras y de un largo etcétera que nos ha llegado en este momento con las consecuencias que ahora vemos, vivimos, sentimos, la dependencia absoluta de guerras que siguen necesitando de víctimas civiles para alimentarse.
El genocidio que está ocurriendo en Ucrania es necesario, es necesario en términos geopolíticos, es necesario para la propia Ucrania y para el resto de países que viven con ansias de víctimas para justificar el monopolio de los grandes intereses que subyacen de estos conflictos.
Los desabastecimientos, las presiones económicas, los muertos, los millones de desplazados.
Y ahí está una vez más el trabajo social, como herramientaque vuelve a gestionar la miseria, las migajas en forma de ayudas de la UE, ahí vuelve a encontrarse entre ratios mínimos de profesionales que sostienen a las víctimas de esta guerra.
Pero esto ya lo veníamos haciendo, ya conocemos las consecuencias de las guerras, del capitalismo salvaje, de la soledad no deseada que se vive en las zonas rurales del Estado y ya lo veníamos advirtiendo.
España, en estos tres últimos meses se ha convertido en un país solidario, SOLIDARIO en mayúsculas, pero ¿lo hemos hecho bien?
NO, definitivamente. De repente miles de personas se han convertido en héroes y heroínas por un día.
Hemos sumido en el caos la gestión de llegada de personas solicitantes de asilo. Todo el mundo ha querido tener un niño refugiado, rubio y de ojos azules en casa. Todas hemos querido tener nuestro propio pobre al que salvar o con el que salvarnos.
¿Las consecuencias de todo esto?
El racismo subyacente de estas acciones, las personas que llegan a nuestras playas huyendo de la guerra llevan años siendo grabadas en su desembarco en tierra y cuentan con millones de comentarios que rechazan que sus sucios y negros pies pisen nuestras delicadas arenas blancas. Pero esto no ha ocurrido (en un primer momento) con las personas que huyen de la guerra ucraniana. Sigue habiendo pobres de primera y de segunda.
El caos de miles de mujeres y niños y niñas llegando sin ningún control a nuestro país y al resto de Europa. Mafias aprovechándose de las miserias humanas (una vez más), aumento del consumo de porno con búsquedas tales como “porno con ucranianas” y un largo etcétera…
Personas que en su buenismo acrecentado por las opiniones de tertulianas del “prime time” han acogido a personas en sus casas y después de unas semanas se han dado cuenta de que huir de una guerra no es renunciar a una misma, a su forma de entender la vida, la familia. Se han dado cuenta de que no son esos pobres acogidos por la iglesia católica en la edad media y que debían agradecer a Dios la bendición de haber sido tocados por una mano cristiana, siendo más bien animales sometidos y carentes de derecho u opinión.
Hemos gestionado millones de toneladas de alimentos con destino la frontera polaca, donde miles de productos se amontonan sin ningún criterio esperando ser adquiridos por las personas que pasan por allí, provocando ventas en el mercado negro.
Hemos obviado a las entidades que llevan años gestionando situaciones de guerra porque hemos preferido enviar una caja de galletas que trajera una etiqueta con nuestro nombre.
Y en todo este caos, estamos nosotras, una vez más, gestionando el malhacer del Estado, las miserias del capitalismo, acogiendo a las víctimas de una y tantas guerras.
Lo seguimos haciendo sin recursos, sin respuestas y en muchos casos sin la suficiente fuerza de la voz.Deberíamos pararnos a reflexionar en qué posición nos encontramos en estas guerras, cuál debe ser la voz de la profesión y cuál ha de ser la denuncia continua de quienes, una vez más, formamos parte (inevitablemente, parece ser) de la estructura que a su vez sostiene el equilibrio.
ENTREVISTA A Ana Cristina Ruiz Mosquera Trabajadora Social y Psicóloga. Asociación Ahlelí
ENTREVISTA A María de las Olas Palma García Profesora Titular de Trabajo Social y Servicios Sociales. Universidad de Málaga Doctora, Trabajadora Social
Se trata de una lectura altamente recomendable, cómoda, y que genera interés. Un manual imprescindible que a lo largo de sus cinco capítulos, nos muestra la pérdida desde una perspectiva resiliente, sus etapas y los diferentes tipos de duelo. Todo ello con distintas propuestas de intervención desde el trabajo social, estrategias y claves necesarias para el autocuidado profesional y personal, ante las intervenciones.
ENTREVISTA
Cómo surge la idea de escribir el libro y porqué Anna Forés para el prólogo.
Este libro surge de la motivación por la transferencia de la práctica de intervención con personas en duelo tras la pérdida de seres queridos a la disciplina del Trabajo Social. En segundo lugar, responde a la necesidad que hemos venido detectando desde hace tiempo en diferentes foros de profesionales del Trabajo Social, respecto a disponer de una herramienta práctica que nos aporte claves y estrategias para la intervención en este contexto específico de adversidad que suponen las pérdidas y los procesos que ante ellas se ponen en marcha. Precisamente, una de las personas con mayor compromiso en el desarrollo de estas estrategias resilientes en todas aquellas situaciones complejas en las que nos vemos inmersos, es Anna Forés, Como escritora reconocida a nivel internacional es referente en el campo de la resiliencia y de las oportunidades que en este nuevo paradigma encontramos para fortalecernos ante las experiencias de dolor.
Podríais explicar brevemente en qué consiste el círculo vital de la persona doliente.
El círculo vital de la persona engloba sus características, sus circunstancias, sus relaciones sociales, vínculos personales, formación, actividad laboral, es decir, se trata de una forma de definir a la persona en su totalidad. Se trata de un círculo que describe nuestras vidas y cuando se produce una pérdida de un ser querido, todo lo que incluye ese círculo se desestabiliza pues el dolor de la pérdida se incorpora en él y la persona tiene que aprender a convivir con esta nueva situación, incorporando la ausencia de la persona fallecida en su círculo, tratando de reconstruirse con la energía de los recuerdos positivos, aquellos que forjaron un vínculo tan especial.
En el diseño de una intervención individual con personas en duelo, ¿cuáles son los principales objetivos que debemos plantear?
Como profesionales debemos trabajar con el objetivo de empoderar a la persona doliente, ya que el proceso emocional y social que atraviesa tras la pérdida del ser querido demanda de predisposición para su elaboración desde una perspectiva sana. Se trata de un entrenamiento en resiliencia, pues ante la situación adversa, sin duda una de las más difíciles a las que se hace frente a lo largo de la vida, la persona doliente tiene que trabajar para recomponerse y aprender a vivir su vida sin la persona fallecida. Además, otro de los objetivos que a tener muy presente desde el Trabajo Social es la prevención del aislamiento social, mejorando el apoyo social, a través del fortalecimiento de vínculos sociales en los momentos de elaboración del duelo.
“Caminar en los zapatos del doliente”, y escuchar “desde los zapatos del doliente”, son expresiones que se utilizan. ¿A qué situaciones se refieren?
Con estas expresiones nos queremos referir a la importancia que tiene reconocer el proceso de duelo en cada persona de forma única y personalísima pues es un proceso que cada persona pone en marcha con sus propios recursos y herramientas personales y sociales por lo que debemos evitar las generalizaciones o la devolución de falsa empatía. Se trata de un proceso emocional y social dinámico y personal que se debe reconocer a cada doliente. No van a existir dos pérdidas iguales ya que no existen dos vínculos iguales, ni personas iguales, ni relaciones iguales.
En el libro se hace una descripción muy clara sobre los diferentes tipos de duelo. ¿En cuales consideráis que resulta más compleja la intervención? ¿En cuales hay más riesgo de que se convierta en patológico?
Se convierte en patológico aquel proceso de duelo en el que no se habla de la persona fallecida, en el que se evitan los sentimientos y emociones del proceso de duelo, aquel en el que la persona no se permite llorar la ausencia del ser querido o en aquellas personas que encuentran en el aislamiento social la distancia con el dolor. La intervención resulta más compleja cuando la persona en duelo no presenta la predisposición para elaborar el proceso emocional.
La práctica diaria de la intervención con personas en duelo nos enseña que no hay un duelo que tienda a patologizarse por sí mismo, sino una serie de conductas como las que hemos descrito antes que impiden a las personas la elaboración del proceso de duelo de una forma sana. De ahí la importancia de prevenir y acompañar desde estrategias resilientes todos estos procesos.
Desde vuestro conocimiento y experiencia. ¿En qué tipo de duelo suele ser más habitual la búsqueda de ayuda?
La experiencia de estos años muestra un perfil muy variado de personas que piden ayuda para la elaboración de su duelo, aumentando el número de casos atendidos año tras año. La sensibilización y la promoción de la salud mental está permitiendo que cada vez sean más las personas que demandan orientación, acompañamiento y apoyo para la elaboración de este proceso emocional pese a considerarse un proceso natural. También existe una elevada demanda de ayuda para trabajar el aspecto social del duelo, pues las personas buscan comprensión e inspiración en otras personas que también están atravesando el mismo dolor de la pérdida de un ser querido, de ahí el capítulo dedicado a la intervención con grupos de personas en duelo.
Si hubiera que destacar por tipo de vínculo y circunstancias de la pérdida, en la actualidad existe una elevada demanda de madres que han perdido a sus hijos, ya sea de forma repentina por accidentes, asesinatos, muertes súbitas, pérdidas infantiles y perinatales, suicidios o tras largas enfermedades (la que más se repite el cáncer), pero es cierto que continúan siendo numerosas las personas necesitan también elaborar el duelo tras haber perdido a padres, hermanos, parejas o amigos por suicidios, tras largas enfermedades, accidentes y violencia de género.
En cuanto al tiempo, cada vez más son las personas que requieren este acompañamiento en los primeros meses tras la pérdida, aspecto remarcable pues hace visible la alta predisposición que presenta para elaborar su duelo. No es fácil pedir ayuda y ese primer paso marca de forma destacada la elaboración que se va a realizar del proceso emocional y social.
¿Qué papel juega el autocuidado del profesional, en la intervención con grupos de ayuda en duelo?
Las sesiones de grupo de ayuda de personas en duelo tienen una elevada carga emocional pues lo que une a todas las personas que asisten es el dolor de la ausencia de la persona fallecida. Cuando entramos a las sesiones de grupo de personas en duelo como profesionales, es necesario hacerlo desde nuestro mejor estado anímico, con conocimiento y responsabilidad, pues cada persona va a presentar un estado distinto en cada sesión debido a la vulnerabilidad emocional propia de los momentos del duelo. Tanto los profesionales del Trabajo Social, como los de otras disciplinas relacionadas con el acompañamiento a personas estamos formados en competencias para trabajar ante situaciones de riesgo y estrés, pero trabajar con personas que han perdido a seres queridos, más si cabe cuando se trata de pérdidas traumáticas como las que se describen en el libro, requiere de un esfuerzo excepcional de autorregulación para poder estar y dar lo mejor a cada persona en duelo.
Y por último, ¿es posible intervenir desde la creatividad y entrenar la resiliencia?
Es posible y muy necesario. Como hemos comentado anteriormente, las personas en duelo traen consigo las experiencias más difíciles a las que tienen que hacer frente en sus vidas, aprender a convivir con la ausencia de la persona fallecida y hacerlo teniendo presente sus recuerdos, lo que les sitúa ante una gran vulnerabilidad emocional, buscando apoyo y acompañamiento profesional donde hasta el momento no lo han encontrado. Es por eso que desde cada caso, de forma personalísima, hay que diseñar con las personas estrategias que le puedan ayudar en su día a día a gestionar sus emociones y sentimientos, descubrir sus recursos y que conozcan herramientas para elaborar el proceso emocional y social, lo que nos exige como profesionales a ser creativos para dar respuesta a cada caso de forma única y, entrenar el resiliencia ya que durante el proceso serán numerosos los obstáculos o situaciones adversas a las que tendremos que hacer frente pero con la energía y predisposición que nos permita enfrentarnos a ellos y salir fortalecidos, con aprendizaje y crecimiento personal y profesional.
Rubén Yusta Tirado Trabajador Social especializado en el ámbito de la gerontología. Doctorando en Trabajo Social por la UCM
Han pasado ya más de dos años desde que en España se decretó el Estado de Alarma. Una situación que, sin duda, cambió la vida de todos y todas y, en especial, de las personas mayores de nuestro país. Han tenido que pasar los meses para poder ser conscientes, no solo del impacto directo que esta pandemia ha tenido para este sector, que en la actualidad, solo en el ámbito residencial se traduce en más de 32.000 decesos, sino para poder tomar distancia y a la vez conciencia de las consecuencias que esta enfermedad ha tenido en lo que actualmente se conoce como el Cuarto Pilar del Estado de Bienestar (Navarro y Pazos, 2020) o como el Pilar de los cuidados (Gallardo y Sánchez, 2020).
Pero vayamos al origen de la que ya podemos categorizar como anómala situación dentro del ámbito de la gerontología. Tras el grave impacto del Covid-19 en el ámbito de la gerontología en general y en el ámbito residencial en particular, profesionales, entidades y organizaciones públicas coincidían en un aspecto: lo sucedido en las residencias españolas, no podía volver a ocurrir. Para ello, y dejando atrás un sinfín de cuestiones sucedidas en los meses más duros de la pandemia y sobre las que aún apenas se han depurado responsabilidades, diferentes organizaciones e instituciones se fueron haciendo eco de la necesidad de cambio en nuestro actual sistema de cuidados de larga duración. Un claro ejemplo de esto fue la Declaración en favor de un necesario cambio en el modelo de cuidados de larga duración de nuestro país, promovida por Fundación Pilares (2020) y a la que se sumaron más de 1000 profesionales de diversas disciplinas. Este documento pretendía, tal y como se ha señalado, aprovechar la compleja situación vivida durante la pandemia para crear e impulsar un nuevo modelo de cuidados, tanto en el ámbito domiciliario como en el residencial. Pues bien, ¿qué ha quedado de todo aquello? ¿Hasta dónde ha llegado todo este “empuje” por parte de profesionales y entidades y cuánto de todo esto está llegando realmente a las personas usuarias?.
Si tuviéramos que responder de una forma rápida a estas preguntas, podríamos afirmar que poco o nada ha cambiado la situación de las personas mayores en estos dos últimos años, atendiendo a las afirmaciones de Pérez et al., (2022) y Vila (2022). En cambio, si queremos hacer un buen análisis de la situación actual de este cuarto pilar, es importante que analicemos qué cuestiones motivan estas afirmaciones y, en definitiva, esta pérdida de fuerza y de motivación respecto a los principios desarrollados en 2020.
Muchas instituciones y profesionales, se han hecho eco de la sobrecarga que las personas dedicadas a la intervención sociosanitaria, han sufrido durante los meses más complejos de la pandemia (Elola, 2020; Blanco-Donoso, 2021). Como respuesta a esto, algunas instituciones y manifestaciones, han señalado la necesidad de cuidar a estas personas cuidadoras y de establecer acciones que mejoraran sus condiciones sociolaborales, facilitando aspectos como la conciliación familiar, el nivel socioeconómico y, por consiguiente, la disminución de los niveles de sobrecarga en este sector. En relación a esto, la realidad nos aporta una respuesta clara, la cual la encontramos en la negociación del VIII Convenio Colectivo para el ámbito residencial que, en palabras de de Martí (2022), debería estar vigente desde hace 3 años y cuya pugna se encuentra en el desacuerdo entre sindicatos y patronales de residencias por el aumento del IPC. En el ámbito de la atención domiciliaria, sector en el que suele emplearse el Régimen Especial de Empleados del Hogar, la situación no dista mucho de la anterior, puesto que aunque poco a poco parece que ya se va avanzando en la subsanación de este aspecto, aún hoy en día estas personas siguen sin tener derecho a la prestación por desempleo a la finalización de su contrato. Sin duda, aspectos muy relevantes en cuanto a la mejora de las condiciones laborales de los y las profesionales de este sector.
Pero los cambios, o la ausencia de éstos, no sólo están afectando a los y las profesionales del ámbito de la gerontología. Las personas usuarias también están siendo protagonistas de esta ausencia de medidas tras la pandemia, tal y como se está poniendo de manifiesto en bastantes Comunidades Autónomas. Sin ir más lejos, la entrada en vigor del nuevo Acuerdo Marco de la Comunidad de Madrid, dejaba a más de 600 personas usuarias en una situación de vulnerabilidad al tener que buscar un nuevo centro residencial (Tragacete, 2022), al quedarse fuera de este acuerdo varios centros concertados de la región.
Cabe destacar que, en esta Comunidad Autónoma, más del 75% de las residencias son privadas (Abellán et al., 2018), por lo que podemos hacernos a la idea de lo que podría haber supuesto para las personas usuarias la salida del acuerdo de más centros.
Pero esto no es algo que únicamente suceda en la capital, ya que hace apenas unos días también descubrimos que el reglamento de un centro residencial de Alcalá de Guadaíra, fijaba sanciones para las personas usuarias que pudieran hacer declaraciones que supusieran el “descrédito” del centro residencial (Sosa, 2022), lo que sin duda choca de forma directa con los principios de dignidad, individualidad, autodeterminación y promoción de la autonomía que desde un primer momento han formado parte de la piedra angular de este nuevo sistema de cuidados y, por tanto, de nuestro cuarto Pilar del Estado de Bienestar.
Por último, no podemos olvidarnos de la Ley de Dependencia, motor principal de la atención a las personas mayores y/o dependientes de nuestro país que, tras más de 15 años de desarrollo, sigue presentando carencias en cuanto a su aplicación y en la llegada de las prestaciones y servicios a la ciudadanía, lo cual es manifestado por múltiples profesionales instando a una necesaria renovación que permita ajustar estas prestaciones y servicios a las necesidades y preferencias de las personas usuarias (Novillo y Cubero, 2021; Sanchís, 2022).
En definitiva, nos encontramos ante una situación en la que podemos confirmar, a tenor de lo desarrollado, que la oportunidad de cambio que muchas instituciones y profesionales identificaron en las complejas situaciones vividas tras la pandemia, apenas ha servido para cambiar la realidad del sector más golpeado por la situación de emergencia vivida en los dos últimos años. Parece ser que todos los propósitos, iniciativas y proyectos de enmienda y mejora, apenas han calado en las principales instituciones prestadoras de servicios y, en mucho menor grado, en la situación de las personas mayores de nuestro país. Por tanto se puede afirmar que la situación, lejos de mejorar, continúa en un proceso de languidecimiento en el que los principales afectados son las personas usuarias y las personas profesionales que conforman el actual sistema de cuidados a nivel nacional. Todo ello, no hace más que indicarnos el largo camino que tenemos por delante y la necesidad de, ahora sí, comenzar a trabajar en un nuevo modelo de cuidados integral e integrado por todos los agentes que confluyen en este ámbito.
Blanco-Donoso, L. M. (2021). Riesgos psicosociales del personal de residencias geriátricas en el contexto del COVID-19. Archivos de Prevención de Riesgos Laborales, 24(4), 414-419. DOI: https://doi.org/10.12961/aprl.2021.24.04.08
Novillo, B., y Cubero, M. (2021). Los factores sociales en el acceso a las prestaciones y servicios del catálogo de servicios del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia de la Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de Dependencia. Trabajo Social Hoy, 92(1), 125-137. DOI: http://dx.doi.org/10.12960/TSH.2021.0006
Rafael Arredondo Quijada Trabajador Social Doctor por la Universidad de Málaga (UMA) Profesor en los grados de Trabajo Social y Criminología de la UMA
El pasado enero se cumplieron cinco años de la entrada en vigor de la actual ley de Servicios Sociales de Andalucía (Ley 9/2016, de 27 de diciembre). Por recordar, por aquello de la memoria histórica, tuvieron que pasar 28 años para alcanzar una nueva ley que viniera actualizar la aprobada en 1988 (Ley 2/1988, de 4 de abril), donde el colectivo de profesionales del Trabajo Social estuvimos en primera línea ante una reivindicación como la de actualizar una norma casi treinta años después, obsoleta y fuera de contexto.
Una nueva norma que en sus disposiciones se marcaba un tiempo máximo de 12 meses para la elaboración de toda una serie de elementos claves para su desarrollo, como:
El Mapa de Servicios Sociales (Disposición adicional tercera).
El Mapa de Servicios Sociales (Disposición adicional tercera).
El Catálogo de prestaciones (Disposición adicional cuarta).
El Plan Estratégico (Disposición adicional quinta).
La Carta de los Derechos y Deberes de las personas usuarias de los Servicios Sociales (Disposición adicional sexta).
Transcurrido este tiempo (cinco años), de estos cuatro objetivos sólo se ha cumplido el primero, la aprobación del Mapa de Servicios Sociales (Orden de 5 de abril de 2019, modificado por Orden de 15 de febrero de 2022), no sin una demora sobre lo marcado de más de un año. En tanto en cuanto el resto de las cuestiones aún se las espera. Otra cuestión y que daría para otra publicación, es el contenido y utilidad del mapa. Los sistemas de información geográfica son herramientas ampliamente desarrolladas desde hace años y que, como en muchas de otras áreas, la implantación de las nuevas tecnologías llega tarde a nuestro Sistema Público de Servicios Sociales.
Uno de los elementos claves se encuentra en su última fase de elaboración y aprobación. Nos referimos al “Plan Estratégico de Servicios Sociales”, cuyo proyecto se publicó con alevosía y nocturnidad el pasado 23 de diciembre, coartando la gobernanza de la que presume y que ha levantado las quejas, entre otros, del Consejo Andaluz de Trabajo Social. Metodológicamente, parece que el plan estratégico debería haber sido el primer elemento en aprobarse, siendo el que diera sentido y coherencia a los demás planes, programas y estrategias. Pero no, tenemos aprobados, por ejemplo, el I Plan Estratégico Integral para Personas Mayores en Andalucía 2020-2022, o el I Plan de Investigación e Innovación en Servicios Sociales de Andalucía 2021-2025.
De las cuestiones aún pendientes, hago un especial hincapié en el Catálogo de Prestaciones ya que, al no haberse aprobado, está afectando al desarrollo de las prestaciones garantizadas (art. 42 de la Ley 9/2016, de 27 de diciembre), para que sean consideradas con carácter de derecho subjetivo, tal y como indica la Disposición transitoria segunda, ya que hasta que no se apruebe no surtirán efecto. Me permito copiar literalmente lo que dice la norma, debido a su importancia y trascendencia:
“Disposición transitoria segunda. Exigibilidad de las prestaciones garantizadas.
Las prestaciones definidas en el artículo 42 como garantizadas surtirán efectos jurídicos a partir de la aprobación y publicación del Catálogo de Prestaciones del Sistema Público de Servicios Sociales de Andalucía.
Artículo 42. Prestaciones garantizadas.
1. Se considerarán prestaciones garantizadas aquellas cuyo reconocimiento tiene el carácter de derecho subjetivo, son exigibles y su provisión es obligatoria para las Administraciones Públicas, en las condiciones establecidas en cada caso en el Catálogo de Prestaciones del Sistema Público de Servicios Sociales y en el ejercicio de las competencias propias en materia de servicios sociales que les atribuyen el Estatuto de Autonomía de Andalucía y la Ley 5/2010, de 11 de junio, de Autonomía Local de Andalucía.
2. El Catálogo de Prestaciones del Sistema Público de Servicios Sociales describirá de forma clara las prestaciones garantizadas, entre las que, al menos, estarán:
a) Los servicios de información, valoración, orientación y asesoramiento.
b) La elaboración y ejecución del Proyecto de Intervención Social, a fin de garantizar una adecuada atención acorde con la valoración social de la persona, familia o unidad de convivencia, donde se incorporarán los objetivos a alcanzar, los medios disponibles, los plazos máximos de tramitación y ejecución, así como las acciones específicas orientadas a fomentar, en su caso, la inclusión personal, social, educativa y laboral.
c) El servicio de teleasistencia.
d) La atención inmediata en situaciones de urgencia y emergencia social.
e) Los servicios específicos para la protección de niños o niñas en situación de riesgo o desamparo.
f) La protección jurídica y social de las personas con capacidad limitada y de personas menores de edad en situación de desamparo.
g) Las prestaciones económicas específicas y directas orientadas a la erradicación de la marginación y la desigualdad y a la lucha contra la exclusión social, que deberán incorporar un itinerario a través de un plan de inclusión y/o inserción sociolaboral.
h) Las prestaciones contempladas en la Ley 39/2006, de 14 de diciembre, y en su normativa de desarrollo.
i) La protección y amparo a las personas víctimas de violencia de género o trata, así como, en su caso, a su unidad de convivencia.
j) El reconocimiento de la situación de discapacidad, determinando su tipo y grado.
k) El servicio de ayuda a domicilio de los servicios sociales comunitarios no vinculados a la Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia.
l) El alojamiento alternativo.
m) La prestación de servicios de apoyo psicosocial y psicoeducativa de atención a la infancia y la familia.
n) El tratamiento integral para las personas con problemas de drogodependencia y otras adicciones.
ñ) Atención a personas mayores víctimas de violencia intrafamiliar.
o) Las prestaciones económicas para menores en acogimiento familiar (último punto incorporado tras modificación en la Ley 4/2021, de 27 de julio, de Infancia y Adolescencia de Andalucía).
3. La efectividad jurídica de las prestaciones garantizadas contempladas en el punto anterior estará sujeta a la aprobación y publicación del catálogo definido en el artículo 41, salvo las referidas en las letras h) y j), que se rigen, en este aspecto, por su propia normativa.”
Después de ver el conjunto de prestaciones que se encuentran afectadas, imagino que el lector habrá comprendido la importancia de que el catálogo tuviera que estar aprobado en menos de un año y los perjuicios que esto puede estar ocasionando a la ciudadanía.
Revisando lo que se lleva elaborado de cara al catálogo, se encuentra la “Memoria económica financiera del proyecto de decreto por el que se aprueba el catálogo de prestaciones del Sistema Público de Servicios Sociales de Andalucía” (Tabla 1) que, haciendo un resumen de las partidas que contempla para los años 2021 a 2024, se observa una disminución del 1% que en el caso del programa de “Protección contra la violencia de género” alcanza el 50,48%, pasando de cerca de los siete millones a tres millones y medio. Dejaremos el tema económico para otro momento aunque, obviamente, es de suma importancia.
Tabla 1. Memoria económico financiera del proyecto de Decreto por el que se aprueba el Catálogo de Prestaciones del Sistema Público de Servicios Sociales de Andalucía
PROGRAMAS
Año 2021
Año 2022
Año 2023
Año 2024
Evolución 2021-2024
Programa 31E Atención a la Infancia
174.706.062,00
162.191.382,00
163.629.505,00
165.262.983,00
– 5,41 %
Programa 31G Acción comunitaria e inserción
226.195.462,75
225.057.180,00
225.057.180,00
225.057.180,00
– 0,50 %
Programa 32E Proyectos de interés social
45.603.848,00
45.603.848,00
45.603.848,00
45.603.848,00
–
Programa 31R Atención a la dependencia, envejecimiento activo y discapacidad
1.447.938.203,00
1.442.956.124,00
1.439.902.082,00
1.438.723.186,00
0,64 %
Programa 31F Pensiones asistenciales
20.864.669,00
20.613.669,00
20.362.669,00
20.111.669,00
3,61 %
Programa 32G Acciones para la igualdad y promoción de las mujeres
15.906.084,00
15.906.084,00
15.906.084,00
15.906.084,00
–
Programa 31T Protección contra la violencia de género
6.970.245,00
3.451.449,00
3.451.449,00
3.451.449,00
50,48 %
Programa 31B Plan sobre adicciones
22.407.644,69
24.971.346,39
24.970.397,39
24.970.397,39
11,44 %
Programa 31P Servicio de apoyo a familias
5.010.000,00
5.010.000,00
5.060.400,00
5.060.400,00
1,01 %
Total
1.965.602.218,44
1.945.761.082,39
1.943.943.614,39
1.944.147.196,39
– 1,09 %
Fuente: Elaboración propia
Por recordar algunos otros datos, Andalucía:
Mantiene una renta por hogar un 16% inferior a la media nacional y una renta por persona un 19% menor que la nacional.
Una tasa de riesgo de pobreza del 28,5% sobre un 21% a nivel estatal (+7,5).
Con más de 33.000 personas usuarias de renta mínima de inserción y un 30% del total de personas beneficiarias del Ingreso Mínimo Vital.
Con 99 zonas con necesidades de transformación social, que en 1989 eran 8, donde se encuentra el barrio más pobre de España.
Más de 70.000 personas están a la espera de su resolución de grado de dependencia o resolución del PIA, con 540 días de espera desde que se presenta la solicitud hasta que se resuelve el recurso.
Y se podría seguir…, situación de vivienda, empleo, educación o sanidad, totalmente relacionado con la intervención y el Sistema de Servicios Sociales.
Son solo una serie de datos cuantitativos que confirman la necesidad y urgencia de un cambio en lo que se ha venido realizando y cómo se ha venido realizando, adentrándonos en la parte más cualitativa. Un modelo de intervención que olvida realmente a las personas y recarga la opción burocrática que requiere de adaptaciones y de que realmente ese modelo de atención centrado en la persona, recogido en la ley, sea una realidad desde una apuesta contundente por reforzar en personal y material todo el Sistema Público de Servicios Sociales, mientras tanto se seguirá “mareando la perdiz” y los de siempre, estén quien estén, haciendo de las suyas.
En el borrador del Plan Estratégico de Servicios Sociales, se identificaba como elementos claves para la formulación del Plan, la “consolidación del Sistema Público de Servicios Sociales”, y “el refuerzo del liderazgo estratégico de la Junta de Andalucía sobre la red de servicios locales”.
Revertir la situación actual, necesita de ambas cosas.
Si has comenzado a leer estas líneas, gracias por dedicarnos y dedicarte unos minutos. Quizás seas una o un profesional de las o los que siente que “no le da la vida”, si es así, para ti es este artículo.
El 15 de marzo de 2022 se celebra el Día Mundial del Trabajo Social, día en el que según recoge en su página web el Consejo General del Trabajo Social: “Esta fecha conmemora el compromiso, la contribución y la labor de nuestros/as profesionales como conocedores/as de primera mano de la realidad social, líderes del cambio y de la intervención social, e impulsores de la lucha y la garantía de los derechos sociales de la ciudadanía. Y más que nunca este día se debe dar a los/as profesionales del Trabajo Social el sentido de reconocimiento y orgullo que se merecen.”
Cada vez más, este perfil profesional se hace imprescindible en la realidad que vivimos, y demuestra la plasticidad de sus funciones y de sus profesionales que realizan el trabajo en nuevos sectores, moldeando su potencial personal y técnico, en áreas que aún no estaban reconocidas.
La capacidad de generar nuevas respuestas de manera dinámica, y el uso creativo de los recursos, secundan la idea de ser líderes del cambio con mayúsculas y del cambio cotidiano en las vidas de las personas que atendemos, las que realmente nos posicionan e identifican como expertos.
En paralelo, a nivel académico, la máquina de creación teórica sigue su curso, ahora con más oportunidades de investigación desde el grado y el doctorado, aunque aún con necesidad de aumentar su conexión con el conocimiento que se genera desde la práctica cotidiana.
Pero ¿es reconocimiento y orgullo lo que sienten las y los las/os profesionales en su día a día? ¿Nos identificamos/identifican como profesionales? ¿Y a nuestra profesión? ¿Podemos sentir satisfacción por nuestros logros, capacidades o méritos?
El exceso de trabajo y burocracia, la infradotación de personal, la precariedad de las contrataciones, recursos inversamente proporcionales a unas necesidades que crecen exponencialmente y las políticas sociales cortoplacistas y “miopes” merman nuestra autoestima profesional, lo que repercute en nuestra autoestima personal, que lucha a diario por la conciliación de nuestra vida personal/familiar y profesional. No es fácil no “sentirse quemada/o” y encontrar sentido a nuestro trabajo diario. ¿Cuál es el sentido de ese trabajo? ¿Qué nos mueve?
Dediquemos una mirada a esa/e estudiante que fuimos, a recordar qué nos llevó a estudiar Trabajo Social y no otra cosa. Tal vez recordemos que:
Sentíamos la necesidad de asistir, ayudar de alguna forma, a las personas desfavorecidas, vulnerables y/o excluidas. Queríamos “hacer algo” contra la segregación social.
Pretendíamos motivar y acompañar a las personas en su “cambio” para la mejora de sus vidas, promoviendo su opinión y participación.
Buscábamos el apoyo en el prójimo, la unión, la comunidad y el trabajo en red.
Nos indignaba la pobreza y la injusticia social, no “normalizábamos” su existencia.
Poníamos nuestra voluntad y compromiso en nuestro trabajo con las personas.
Creíamos que luchar contra la pobreza era una lucha por la igualdad.
Quizás si recuperamos esa mirada hacia las personas más vulnerables y hacia la defensa de sus derechos, y tomamos conciencia y buscamos estrategias para no “quemarnos”, seamos capaces de reconocernos y sentirnos orgullosas/os de ser profesionales del Trabajo Social.
José Luis Gil Bermejo Trabajador Social, Sociólogo y Psicólogo
Concha Álvarez Sánchez Trabajadora Social
Rocío Menéndez Picón Psicóloga
Instalarse en el “no saber” es fundamental para la eclosión de la creatividad, para el abrirse a nuevas posibilidades» (Kisnerman, 1999)
«Sé cómo tú eres, de manera que puedas ver quién eres y cómo eres. Deja por unos momentos lo que debes hacer y descubre lo que realmente haces» (Perls, 1973)
Introducción
Estamos viviendo momentos que, sin ser conscientes de ello, nos lleva ante una vida de incertidumbre generalizada, donde la planificación a largo plazo resulta ilusoria e irreal, lo que antes pertenecía a lugares vulnerables del sistema social establecido, ahora se muestra presente cada vez más en nuestra vida cotidiana con la llegada de la pandemia y sus efectos socio-políticos. Quizás nuestra profesión esté acostumbrada a mirar muy de cerca la incertidumbre, la vulnerabilidad, la exclusión o la supervivencia desde lo precario, así como medidas políticas institucionales que fomentan la desigualdad social, por lo que quizás, algo de todo lo que está pasando a nivel general, dentro de nuestro ser, nos confiere cierto conocimiento para ver las cosas de otra manera.
Escribimos este artículo desde una mirada interior, atendiendo a nuestro ser de forma integral, tanto en el plano emocional, corporal como racional, dándonos cuenta como muchas veces el cansancio físico o las tensiones corporales nos han recordado de manera individual que quizás quiero dejar la profesión, o que me enfrento diariamente a una soledad institucional que va agotando mis recursos tanto emocionales como racionales, o quizás, justo lo contrario, mi cuerpo y mi ser sienten la satisfacción que me produce ayudar a los demás o el gusto por trabajar en un equipo de trabajo humanizado, así como muchos otros planteamientos, nada sencillos que me han podido surgir en mi biografía personal desde el momento en el cual decidí estudiar o trabajar en la llamada intervención social.
Desde esta mirada, analizaremos el contexto donde nos movemos como profesionales del trabajo social, en torno a la desigualdad social y la relación de ayuda. Por otra parte, abordaremos el concepto de supervisión profesional de acompañamiento y cuidado propio, analizando alguno de los lugares críticos más comunes de nuestra profesión donde se hace necesaria la supervisión para, finalmente, establecer un modelo que pueda servir como orientación ante nuestro trabajo cotidiano.
Momentos y relatos de la actualidad
La exclusión social es un término de importante resonancia en nuestra sociedad etnocentrista y global neoliberal, ya que en nuestro imaginario se sitúa la inclusión/ exclusión dentro de una sociedad supuestamente desarrollada, en base a unos indicadores económicos que determinan el estar dentro o fuera de la misma. Sería disparatado y complicado hablar de exclusión social en una comunidad indígena en el Amazonas o en una sangha budista en el Tíbet, y si lo hiciéramos, nuestro significante de riqueza tomado en términos económicos sería de lo más paupérrimo (Gil, 2010).
La creciente desigualdad de las sociedades posmodernas poco a poco desdibuja el concepto de clase social, siendo ahora la exclusión social, una realidad que a diario afecta cada vez a más personas que se muestran con incertidumbre hacia el futuro. Dentro de esta incertidumbre, libertad precaria e individualismo, se va forjando la sensación de estar en permanente riesgo, (Bauman y Tester, 2002) asumiendo cada vez mayor tolerancia al riesgo y la desigualdad, propiciando una pérdida de la sensibilidad entre las personas (Bauman y Donskins, 2015). Además, en estos tiempos se nos “vende” la exigencia de “salir de la zona de confort”, o se nos hace responsables de nuestros propios males, detrás de toda una industria de la llamada “psicología positiva” (Gil, 2018). Parece que la incertidumbre es un valor en alza, por paradójico que suene, en esta creciente mediocretización que limita progresivamente una actitud creativa en esta sociedad (Perls, 1975 y 1976).
Ante este panorama de inseguridad e incertidumbre algo tiene que cambiar. Si el entorno se muestra poco cuidador, será necesario identificar a un sistema que en sus discursos y prácticas avala y justifica argumentos vinculados a la penalización de la pobreza, a la judicialización de la vida cotidiana y a la criminalización de la protesta social (Cerruti y Silva, 2013), para que de esta forma exista una mirada crítica que favorezca un mayor cuidado y justicia social.
Así pues, nuestro posicionamiento no solamente puede estar en la cognición y comprensión de situaciones de manera individualizada, sino en estar presentes también en la observación desde lo emocional y corporal, pudiendo ver a las personas que nos rodean, en lo pequeño, en la quietud del presente, del aquí y ahora, poniendo en alza la observación y el cuidado de la vida hacia una y uno mismo como hacia los demás y de esta forma, con una mayor conciencia de sí, podríamos aspirar a una convivencia colectiva menos patriarcal y por ende más humanizada (Naranjo, 2010).
El cuidado y la ayuda como esencia de nuestra identidad
El Trabajo Social, como ámbito de la intervención social, se establece como disciplina teórica y profesional dentro de la dinámica psico-social de ayuda en la relación cuidado (Gil, 2016). Hablar del cuidado dentro de la intervención social, supone un componente ético y relacional importante, no solamente hacia las personas que atendemos, sino también hacia nosotras y nosotros mismos, suponiendo el cuidado un eje central de nuestra identidad profesional, así como para lo que llamaremos posteriormente, la supervisión de apoyo.
Si volvemos al cuidado como algo más cotidiano, más hacía el cuidado hacia sí misma/o, respecto a esta cuestión, Foucault (1984) señala cómo el autocuidado se ha relacionado con el egoísmo, el interés individual y el placer, en contraposición, a lo que podría ser más deseable socialmente, y más en nuestro contexto de la intervención social, donde el sacrificio hacia los demás, parece haberse convertido desde los inicios de la profesión, en una entelequia profesional que se aleja del cuidado propio y en definitiva de nuestro ser.
Así pues, y empezando a dar forma a lo que entendemos en relación con el concepto de cuidado y haciendo un análisis desde un contexto feminista (Gilligan, 1985), podemos resaltar una serie de características sobre que sería el cuidado en la relación personal y profesional (Comins, 2003; Mesa, 2005):
Consideración de ser y estar en relación: como ser social, más allá del individualismo, apostando por la autonomía personal que fomenta el cuidado mutuo, el cuidado a los demás y a su entorno.
Tomar un enfoque sensitivo hacia el contexto: el contexto del cuidado incluye a todas las partes relacionadas, quien cuida y quien es cuidado, atendiendo a las subjetividades de cada cual, va más allá de la situación concreta del cuidado abarcando espacios micro y macro, públicos y privados.
Preocupación por los demás: una preocupación que va más bien hacia una sensibilidad o responsabilidad hacia la humanidad, lejana o cercana de cada cual.
Sentimientos y razón: donde el pensamiento y la emoción se unen a lo que sucede en nuestro entorno en el momento de tomar decisiones y actuar, la comprensión de situaciones que ocurren en los contextos de ayuda no solo pasa por la razón, necesitan de una mirada propia hacia las emociones que nos surgen.
Orientación hacia dilemas reales: reconocer el conflicto y los dilemas del mundo relacional nos posibilita una actitud realista de los lugares en los cuales intervenimos.
Por ello, la propuesta que hacemos sobre el cuidado, en los contextos profesionales de intervención social, así como en otras áreas de actuación, es dar la importancia y significado al cuidado desde las siguientes orientaciones (Gil, 2018):
Ser conscientes del cuidado hacia sí misma/o, como una forma de comunicación propia con las necesidades, deseos y sentimientos que tenemos. Desde este lugar podemos cuidar a los demás a través de nuestra propia experiencia vivida del cuidado.
Ruptura de un esquema del cuidado polarizado, yendo más allá de formas lineales de poder (entre quien cuida y quien es cuidado), donde culturalmente se asocia el cuidado a la dependencia o debilidad, apostando por un modelo de cuidado no lineal y contextual, sin posicionamientos de poder a priori, que se generan de manera natural por nuestro posicionamiento institucional de profesional hacia las personas que atendemos.
Ser consciente de nuestra presencia, en el aquí y ahora, dando lugar a nuestros pensamientos, emociones y cuerpo, de manera conjunta, más allá de la racionalización de lo que nos pasa y por qué nos pasa, que en ocasiones nos limitan y obstaculizan de alguna forma la creatividad. Las filosofías orientales y corrientes psicológicas humanistas nos muestran como importante cultivar el poder estar en presente, en el aquí y ahora, en lo que nos pasa a nivel cognitivo, mental o corporal, lejos de atender la llamada a la acción del ego, del deber o de lo que esperen las demás personas (Naranjo, 1990; de Casso, 2003).
Desde esta visión y acercamiento, se establecería lo que entendemos por supervisión profesional, tomando el concepto del autocuidado, como una mirada hacia nuestro ser personal que se desarrolla profesionalmente en el día a día ante el encuentro con lo humano y la desigualdad social. Sin duda todo ello otorga a nuestra profesión una complejidad admirable y a veces poco reconocida socialmente.
La Supervisión en el Trabajo Social
Si buscamos la etimología de la palabra supervisión nos lleva al latín, donde super significa sobre y vidêre, mirar o ver. Según Aristu (1991) se trata de una “visión desde arriba”, que permite observar con una mayor claridad lo que está pasando (Porras, 2016).
La supervisión se remonta a las pioneras del trabajo social, Octavia Hill y Mary Richmond, las cuales ya realizaban esta labor, a través del llamado trabajo social de casos (Fernandez, 1997; Puig, 2011). A partir del siglo XX, existen diferentes formas de prácticas de supervisión en el Trabajo Social, con diferentes perspectivas como la administrativa (Dimock y Trecker, 1949), la educativa o la de apoyo (Perlman, 1969; Kadushin, 1985), desarrollándose de manera cada vez más compleja hasta nuestros días (Escartín, Lillo, Mira, Suárez, y Palomar, 2013).
De una manera sencilla describiremos a continuación estos tres tipos de supervisión (Dawson, 1926; Kadushin,1992; Otegui, 2008):
La función más básica de la supervisión administrativa es garantizar que se realice el trabajo. La mayoría de las/los profesionales del trabajo social, reciben este tipo de supervisión en sus entidades siendo fundamental para mantener el funcionamiento de la institución. No solamente se transmiten saberes en los procedimientos y tareas a realizar, sino también cuestiones de la cultura institucional de cómo comportarse y proceder en el ejercicio diario profesional, como si se tratase de un currículum oculto educativo.
La supervisión educativa se encarga de enseñar los conocimientos, habilidades y actitudes importantes para las tareas propias a la profesión, si bien antes, en la supervisión administrativa se miraba a la institución, aquí se mira a los conocimientos propios del Trabajo Social. El objetivo principal es disipar el desconocimiento y mejorar la habilidad profesional. El proceso clásico involucrado en esta tarea es fomentar la reflexión y la exploración del trabajo, desde diferentes corrientes teóricas o miradas posibles en la intervención social (psicoanálisis, terapia familiar sistémica, cognitiva-conductual, humanista, donde se incluye la terapia Gestalt, así como otras perspectivas de corte psicológico o miradas de intervención social de corte crítico).
Por último, la supervisión de apoyo: esta supervisión está muy en relación con las dos anteriores, el objetivo principal es mejorar el bienestar personal y la satisfacción laboral (Kadushin, 1992). Se considera que las/los profesionales del Trabajo Social se enfrentan a una variedad de tensiones relacionadas con el trabajo que pueden afectar de manera personal y en el trabajo diario, repercutiendo en las personas que atendemos a través de una progresiva desvinculación de nuestros sentimientos que van distanciándose de las situaciones ajenas, propiciando una desconexión recíproca con nuestras propias emociones y las emociones de la persona a la cual acompañamos. La persona que supervisa debe ir más allá de la información recibida (Lillo, 2007) para poder entrar en lo profundo desde lo aparente.
Teniendo en cuenta esta clasificación de la supervisión profesional en el trabajo social, Puig (2011), siguiendo a Barenblit (1997), establece una serie de características que abordaría la misma, entre ellas: la reflexión sobre la tarea que se realiza, fomentando un pensamiento crítico del cómo y para qué se hacen las cosas, abriendo una posibilidad de realizar propuestas de cambio o mejora; la resolución de conflictos, tanto institucionales como profesionales con las personas que se atienden o incluso personales relacionados con situaciones laborales, donde es evidente que el trabajo con las personas nos va a movilizar; el fomento del autocuidado sería otro de los aspectos muy en relación con la supervisión profesional, una cuestión muchas veces olvidada, donde es importante mantener la premisa de cómo cuidar partiendo del autocuidado o bien permitiendo que nos cuiden.
No podemos olvidar, desde un posicionamiento crítico, que la supervisión puede ser vista como un sistema de control y limitante para la/el profesional, donde la figura jerárquica de quien supervisa puede imponer su poder, no solo por el lugar que ocupa en la institución si no por la información confidencial e íntima que se comparte en un espacio de supervisión (Andreuci, 2014). Obviamente en este caso no hablamos de supervisión profesional, ya que se perdería uno de los elementos que entendemos como esenciales en la supervisión, el acompañamiento desde el cuidado y la confidencialidad.
La complejidad profesional y su supervisión
Si nos detenemos más profundamente en nuestra profesión, podemos observar cómo ésta se encuentra llena de contradicciones que en ocasiones nos relacionan de manera compleja a todo lo que sucede. Nos encontramos por una parte con la cara más cruda de la desigualdad social del entorno, donde nuestro posicionamiento profesional se sitúa por una parte como referente institucional, y desde dicha institución con sus respectivos enclaves culturales y simbólicos que supuestamente para bien o no tan bien, debemos seguir, donde se habla de: casos conflictivos, problemáticas, colectivos, recursos, procedimientos, expedientes, codificaciones, gestiones, prestaciones y un cúmulo de etiquetas que ponemos a las realidades que se muestra a través de las personas que día a día pasan por nuestra atención (Gil, 2011). Por otra parte, el sujeto profesional como ser personal, se encuentra entre esta tesitura de dar una respuesta institucional a una demanda que aparece de manera continua, o quizás, desde el sentido común profesional, dar una respuesta más coherente a lo que vemos.
Ante el contexto de desigualdad social estructural y coyuntural, la complejidad de la demanda, unida a la imposibilidad de dar respuesta para paliar las numerosas situaciones de violencia estructural ante las que nos encontramos, se produce un desbordamiento profesional, todo ello unido, en muchas ocasiones, a la presión institucional o de la situación, donde lo urgente se convierte en cotidiano y el hacer, en ocasiones, se superpone al razonamiento previo o una planificación racional y coherente. Por supuesto, los sentimientos que nos pueden surgir con todas las personas que estamos en contacto y ante situaciones tan vulnerables, parece que quedan en un segundo lugar, como si se tratase de un aspecto personal contraproducente para atender tanta complejidad y situaciones devastadoras. ¿Dónde quedan las emociones que generan las personas que comparten, en gran medida, tanta intimidad, con nosotras/os?, si recuerdo mis comienzos profesionales, ¿qué emociones me surgen? Estas preguntas residen en nuestro ser, más allá de la posible deshumanización que se genera, en el llamado burn out o síndrome de estar quemado profesional, al estar en contacto continuo con personas ante la incapacidad de satisfacer las demandas constantes (Leiter, Maslach & Frame, 2014).
En los párrafos anteriores describíamos una parte con la que nos encontramos a nivel externo, con la realidad que trabajamos, pero hay otra realidad, y es el dónde trabajamos, el ámbito de la intervención social. Existe una paradoja dentro del ámbito laboral de la intervención social cada vez más presente, su precariedad laboral, una precariedad que afecta a la temporalidad e inestabilidad de las plantillas de trabajo, las cuales requieren una fuerte formación y compromiso dada la complejidad que requiere las profesiones de la intervención social. La precariedad no solo está ligada a las condiciones laborales, sino que también genera exclusión social entre la plantilla de trabajo, a través de la división y jerarquización de equipos de trabajo donde cada cual, puede llegar a tener mejores o peores condiciones laborales realizando una misma tarea, por lo general en la atención directa, dependiendo también del tipo de contrato, de la vinculación con la administración o por razón de sexo (Gil, 2018).
La institución profesional nos dota de un espacio, de un lugar de “ser” profesionales del Trabajo Social, con un consiguiente código deontológico, que aparentemente es respetado y asumido por la propia institución. Nuestro “deber” a la misma es constante, desde una actitud de sometimiento, consentimiento o contra-institucional (enfrentándonos o culpabilizando a la institución de la frustración que genera nuestro ejercicio profesional), pero la respuesta siempre existe, en acción u omisión, existiendo una vinculación emocional (Gil, 2011).
Otras cuestiones que inciden en la profesión y que de manera implícita nos siguen marcando en nuestro día a día son las diferentes circunstancias que se pueden dar de manera común como: una profesión reproductiva, del ámbito del cuidado, feminizada, de procedencia de clases sociales obreras y cuestionadora del sistema hegemónico. Todo ello puede conformar una identidad profesional muy interseccionalizada, siendo una profesión con un estatus poco reconocido, a nivel social y de poder de negociación político.
Todo esto se pone de relieve en nuestro ejercicio profesional, en nuestro día a día, en las relaciones con las personas que atendemos, con las y los compañeros que nos relacionamos, la cultura institucional, jerarquías y estructuras, políticas sociales y realidad dentro de esta sociedad posmoderna antes y después de la pandemia, aquí y ahora. Entendemos que ante esta complejidad de nuestro trabajo, una vez realizado este breve análisis, requiere un acompañamiento, un cuidado, una supervisión, desde su función administrativa y educativa, en un primer nivel, y en un nivel más profundo a través de la supervisión de apoyo, ya que trabajamos con personas que nos suscitan preguntas, respuestas, vínculos, rechazo, y un sinfín de reacciones, corporales, emocionales y mentales, desde una práctica de supervisión basada en la evidencia (Mo, O’Donoghue, Wong y Tsui, 2020).
Por otra parte, la supervisión profesional debe ir más allá de la mejora del rendimiento profesional, medido en el logro de la competencia en la prestación de una atención de mayor calidad (Morrison, 2003). La supervisión de apoyo es la que nos lleva a toda esta reflexión y ante la cual vamos a proponer una serie de cuestiones al respecto, para esclarecer lo que pueden ser líneas básicas de la misma.
La supervisión en Trabajo Social desde una mirada Gestáltica
Partiendo de todas las reflexiones a las que hemos ido llegando a lo largo de este artículo, la corriente teórica-práctica que nos parece más oportuna para este tipo de trabajo es la proporcionada por la psicología humanista, en concreto a través de la psicoterapia grupal de la terapia Gestalt. Zinker (1977) señala una serie de objetivos que se pretenden alcanzar desde esta orientación:
Fomentar una mayor conciencia de sí misma/o como persona: corporal, emocional y ambientalmente.
Conocer cuando proyectamos nuestros deseos o necesidades en los demás.
Acercarnos a darnos cuenta de las necesidades, y a desarrollar los mecanismos y las destrezas necesarias para conseguir su satisfacción, sin atentar contra las de los demás.
Desarrollar y fomentar la capacidad de apoyo en una/o misma/o sí misma/o en vez de recurrir a responsabilizar a los demás, para conseguir lo que deseamos.
Poder estar más sensible ante lo que le rodea, al mismo tiempo que aprender a desarrollar aquellos mecanismos o corazas que le protegen contra las situaciones negativas, poniendo límites.
Aprender a asumir la responsabilidad de nuestros actos y de las consecuencias de estos.
Sentir más comodidad en contacto, creatividad y espontaneidad.
Tomar una mayor conciencia en armonizar nuestros deseos, pensamientos y actos, con el fin de sentirnos más a gusto con quienes somos y con lo que hacemos.
Para ello contaremos con las herramientas que nos proporciona este enfoque, las cuales nos permiten crear espacios presentes en el aquí y ahora, así como del darse cuenta de lo que ocurre con cada situación o caso a supervisar, utilizando una metodología donde puedan entrelazarse los espacios de una forma más expresiva, creativa, y donde el juicio evaluativo se encuentre lo menos presente. Estas herramientas nos posibilitan orientarnos hacia una co-visión y un espacio más horizontal de conocimiento, donde el equipo de trabajo pueda sentir estar en un lugar más seguro y de cuidado personal. Un espacio donde la sororidad se posicione frente a la competitividad, creando espacios de mayor entrega y solidaridad conmigo y con la persona que tenemos enfrente, pudiendo crear un encuentro entre nosotras/os más real.
Se pretende pues, que durante el desarrollo de dicho encuentro, podamos contemplar un espacio de toma de contacto no solo con nuestras cogniciones, sino también con las emociones y las conductas relacionadas y entrelazadas con mis pensamientos, por otra parte nos posibilitará conocer nuestro cuerpo, como cuerpo profesional que cada mañana camina hacia el territorio de la intervención social, el que nos libra de batallas y donde se aposentan las miserias y glorias de nuestra propia historia (Carbajal, 2011).
En un momento tan crítico donde la pandemia nos ha traído y nos vuelve a mostrar cada día que nuestra experiencia sólo puede ser aquí y ahora, es necesario acercarnos más genuinamente a la realidad que nos rodea, creando espacios más horizontales y humanizados, donde el trabajo social y cada persona que está corporeizando la profesión pueda hacerlo de una manera más liberadora y en sintonía con su deseo.
Conclusiones
La relación de ayuda implica una deconstrucción de la práctica del trabajo social actual, la cual viene estando muy relacionada con las exigencias de la deriva neocapitalista, que desdibuja dicha relación de ayuda de su eminente y original ética del cuidado. Necesitamos, cada vez más, espacios donde poder expresar, sentir y pensar lo que nos está pasando, para ello la supervisión nos acompañará en el proceso, un proceso que va más allá de la profesión o la institución para la cual trabajamos, un proceso que complementa otras formas de supervisión, como la administrativa y la educativa, presentando alternativas de supervisión horizontal como la co-visión, que nos lleva a un lugar de conocimiento más profundo, desde la supervisión de apoyo. Entendemos la supervisión de apoyo a través de la mirada gestáltica, una mirada que no solamente complementa un posicionamiento profesional sino también personal.
Y, ahora bien, ¿qué me puede aportar la supervisión profesional de apoyo con una mirada desde el enfoque gestáltico? A cada persona, según su nivel de vivencia, le aportará unas cosas u otras, pero sin duda nos ayudará a estas y otras cuestiones:
Un autoconocimiento propio encaminado hacia el apoyo social, el cual fomenta una mayor satisfacción en las relaciones de nuestro entorno próximo.
Superar prejuicios y discursos patologizantes que nos hacen ver los casos o situaciones como similares (Bingle y Middleton, 2019), perdiendo de vista que cada ser es único e irrepetible.
Desnaturalización de todo aquello que damos por sentado, saliendo de nuestros esquemas mentales, por medio de un redescubrimiento teórico y práctico, pasándolo por nuestra subjetividad y sentido común profesional.
Creación de espacios de construcción de nuevos discursos colectivos e inclusivos, entre equipos de trabajo y junto a personas que atendemos.
Búsqueda de una identidad profesional cambiante, reflexiva, abierta y construida en interacción con el contexto social.
Aumentar la capacidad de resistencia ante el conflicto y/o procesos de deterioro en las relaciones interpersonales, dentro de las instituciones en las que se trabaja o incluso, desarrollando mecanismos de autoprotección y cuidado, donde exploremos nuestros límites y podamos cuidarnos, poniéndolos si fuera necesario.
Recuperar el optimismo respecto a la práctica de la profesión, y alejarnos de la rutinización del trabajo diario, pudiendo contactar más con nuestros deseos genuinos de una manera más espontánea y creativa de trabajo.
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